Después de los amigos que hablan un inglés que está a mi nivel, llega el momento de vivir la realidad australiana de éste fin de semana de sufrimiento. Hemos quedado con los chicos australianos (Tom y Jared) y con sus novias europeas: Melanie (Francia) y Muireann (Irlanda). Una acampada al borde de Moana Beach, en la ciudad de Onkaparinga, un suburbio al sur de Adelaide, en donde voy a practicar, por primera vez, Bodyboard y kayak en el océano Índico. A sufrir se ha dicho.
Llegamos un par de horas antes de que el sol manche las paredes del cielo de naranja. Hay familias enteras vestidas de surferos. Niños que agarran sus tablas de Bodyboard como si fueran su muñeco de peluche preferido. Las chicas cargan pilas comiendo patatas fritas en la playa. Los chicos las recargan bebiendo cervezas Coopers. La temperatura del océano Índico debe estar entre 20 y 25 ºC. El cielo empieza a posar como una modelo de pasarela. Me está desafiando a que le haga todas las fotografías que la batería de la cámara es capaz de soportar. Pero también me desafía la tabla de Bodyboard que acaban de dejar Tom y Jared. Rob, el hermano de Tom, también está con ellos. No debo disimular demasiado bien, porque mis ojos no dejan de mirar las tablas que acaban de dejar.
“¿Quieres probar, man?”, me pregunta Jared.
“Ok, man. Fuckin good”, le contesto con mi mejor inglés aussie.
Vamos hasta la orilla con la tabla en la mano. Jared lleva el kayak que se encontró hace una semana en el cubo de la basura de uno de los barrios por donde trabaja como repartidor. Estamos como niños con juguetes nuevos. Me explica cómo tengo que colocarme encima de la tabla, en qué momento tengo que nadar más rápido para coger la ola: “Catch it, cath it”, repiten todos los niños, padres o mujeres que acaban deslizándose por la ola en el momento de romper en la orilla.
Mis pezones son los principales perjudicados en esta primera experiencia con la tabla de Bodyboard. El rozamiento de tu pecho contra la tabla es constante. La gente experimentada lleva camisetas especiales para subirse encima y no dejarse la piel en cada intento de coger olas. “Catch it, catch it”, grito contento, media hora después de estar intentando deslizarme por una de las olas. No sé cuántos metros recorro sobre mi primera ola, pero me siento bien. Otra forma de sufrir, antes de salir del océano con mi tabla en la mano, los pezones como si hubiese estado amamantando a una familia de cocodrilos y la piel reseca por la sal.
Cada segundo que pasa es una fotografía robada al mar. Una cruz en la orilla, la sonrisa de un niño abrazado por su padre orgulloso tras la primera ola sobre la tabla del hijo: ”yes, sweetie, you catch it”; un perro que salta detrás de las olas y es capaz de coger cada una de las olas como un profesional. Sin tabla. Ladrando a cada piedra lanzada por sus amos. Es el momento de que el poeta escriba los versos más alegres, sin hacerle caso a Neruda. Es el momento de recoger los desperdicios para sufrir todo lo bueno que a veces te da la vida.
Hay que montar la tienda de campaña antes de que el sol os aparezca a vosotros en la otra parte del globo. Es hora de que los niños se duerman abrazados a su peluche favorito, de que los padres limpien los restos de arena adheridos al cuerpo rojizo de sus hijos, de que los perros se tumben junto a su cuenco de agua fresca para vaciarla dentro de su boca. Es el tiempo perfecto para que yo deje de sufrir de ésta manera, y de decirle a Lorena que se está pasando con hacer realidad todos estos sueños. Algún día me hago poeta y le dedico una canción de amor.
me equivoque de entrada bro pero sigues estando tremendo con ese body.....
ResponderEliminarpobre Sam, menudo roce, que dolor.Lorena no te deja descansar. mami
ResponderEliminarEse nuevo surfero sobre las olas australinas!!!!!jajajajaja!! Cuidate esos pezones....
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