Llevaba demasiados días encerrado en casa y necesitaba moverme a la ciudad. El día se había despertado como un boxeador furioso. Los golpes contra el techo parecían venir de los puños de un peso pesado cubano que hubiese ganado la medalla de oro en cualquier olimpiada celebrada en los últimos 50 años.
“¿Por qué?”, me preguntaba a mí mismo.
“A cuál de las dos preguntas te refieres: el por qué los cubanos siempre ganan la medalla de oro de boxeo en las olimpiadas o por qué suena así el techo…
“No tío, paso de tus parrafadas mentales a éstas horas de la mañana; más tarde, si quiero, me lo cuentas”, me dice mi impaciente despertar.
Fuera llueve. El techo repele las gotas de lluvia como puede y me quiero ir a la ciudad. Además hoy es día de piscina, con lo que todo concuerda. Dos pájaros de un tiro. Muerto y sigo.
Lorena se hace la remolona diez minutos más, mientras yo preparo el café y el zumo de naranja. Cada mañana es un punto de inflexión el momento de tomarse el café.
“Estará hoy como a ella le gusta”, me pregunto.
“Hoy no está nada mal”, me deja aliviado y me apunto mentalmente (y aquí) la receta.
3 cucharas de café, apretarlo a presión media, medio recipiente de agua (medio lleno, siempre positivo) y fuego a la mitad de intensidad. Anotado.
El zumo de naranja perfecto necesita 4 naranjas exprimidas manualmente en el exprimidor del Ikea (Dios, otra vez por aquí), 15 minutos de congelador y no olvidárselo dentro.
“Mierda, el zumo”, es lo que le digo cada mañana a Lorena. “Me lo he vuelto a olvidar”.
Lo saco demasiado frío porque a mí me gusta así, y ya no sé si me lo olvido a propósito, o que la parte del cerebro que se comunica con mi estómago deja que pasen 5 minutos más.
La lluvia hace que los días parezcan siempre más fríos. Busco mis zapatillas cerradas en el garaje y me las pongo sin comprobar si hay arañas o no.
No pienso en nada hasta que dejo a Lorena en la puerta del instituto. Conduzco por Main Norh Road hasta la ciudad. La lluvia sigue subiendo el nivel de golpes contra el parabrisas del coche. Parece un boxeador cubano nacionalizado ruso que pesa más de 150 kilos. De músculos.
En el mismo instante en que pienso la palabra “Ruso”, noto que en mi pie izquierdo algo se mueve. Tengo la sensación de tener algo dentro de la zapatilla.
“Mierda, no revisé las zapatillas”, me digo. Hay que comprobar siempre si no hay una araña dentro de tus zapatillas.
Si tuviéramos un coche automático no necesitaría el pie izquierdo para conducir. Me quitaría la zapatilla con cuidado y sacaría el bicho que parece pellizcarme la planta del pie. Pero nuestro Mazda 2 es manual, y el pie izquierdo tiene la vital labor de apretar el embrague para cambiar de marchas.
El tráfico cada vez está peor. El picor dentro del calcetín negro de mi pie izquierdo sigue aumentando. Los semáforos duran menos que cualquier otro día. Paradas intermitentes y los vidrios se empiezan a empañar. Subo la música hasta el nivel máximo que me da el aparato. Quizás a la araña le moleste la música y se quede quieta. Ideas de bombero en un día de lluvia. Creo que debería cambiar el título de la entrada de hoy por esta última frase. Pienso cosas así para entretenerme. A la araña le gusta la música y empieza a bailar. Merengue, salsa y bacalao. Los bailes son un curso de cocina al que tendría que ir para probar mis dotes de bailarín. Hoy ganaría el primer premio de “Solo pero que parece que son dos”.
Un coche está parado en medio de la carretera. “Este es mi momento”, pienso “me saco la zapatilla”.
“Piiii Piii Piii”, a los coches de detrás de mí no le gusta la idea. Tengo a casi cien metros de distancia el coche que tendría que estar a cinco de mí.
El móvil no tiene cobertura. “Si me pica la Redback que tengo en mi pie izquierdo, qué narices hago”.
Tregua.
La araña asesina se ha quedado dormida. Estoy a punto de llegar al aparcamiento de la piscina. Aparco en el primer hueco que veo. Salgo del coche y empiezo a saltar contra el suelo.
“Esta vez no te escapas”, me digo mientras voy saltando sobre un charco que cubre mis zapatillas hasta más allá del tobillo. “Si no muere por los golpes recibidos, que por lo menos muera ahogada”.
Una señora con su nieto me miran desde dentro de su coche. Sonrisas forzadas y levantamiento leve de cabeza. Mientras me aproximo a la entrada de la piscina, voy moviendo mi pie izquierdo como si tuviese el baile de San Vito.
“Qué grande tuvo que ser ese San Vito”, me digo cuando le doy al chico de la entrada mi tarjeta para entrar a la piscina.
“Good morning, man”.
Entro rápido a los vestuarios y me quito rápidamente la zapatilla izquierda. Y entonces…
Elegid vosotros el final.
1. Hay una Redback a media cópula con un macho; los dos aplastados contra la planta de mi pie.
2. Un agujero del tamaño de una naranja de Valencia me saluda desde el calcetín diciéndome:“Soy yoooo”.
3. La última piedra de la playa que se quedó escondida dentro de la zapatilla, la última vez que fui con ellas, se ha ido moviendo dentro de mi pie.
4. La abeja Maya me sigue por dónde quiera que yo esté. Como hacia Marco cuando buscaba a su madre5. Vete a casa y estudia inglés que mañana tienes el examen. Capullo.
Son las 17:36 dentro de la aireada cocina de casa. Lorena está a punto de salir de trabajar para que vayamos a comprar lo necesario para la comida que tendremos mañana en casa. En España son las 8:06 am. Los buenos están trabajando, los regulares siguen durmiendo y los malos todavía no se han ido a dormir.
yo voto la 3.....
ResponderEliminarme gusta mas el titulo del pie izquierdo
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=GcIUlYy2oOE
ResponderEliminarminimo 3 o 4 veces al dia....