Hay fines de semana tan intensos que lo que nos sucede el sábado por la tarde no lo puedo contar hasta el martes por la mañana. Esta es la historia de la mejor cocinera del mundo contada por el pinche que al cortar cebolla le huelen los dedos a ajo.
La mejor cocinera del mundo tiene un piercing en la nariz que se toca continuamente. Lo hace sin darse cuenta, cuando ve la tele, cuando habla por teléfono o cuando le dice a su pinche preferido dónde tiene que poner la cebolla que acaba de cortar.
“Ponla en ese bol y luego me puedes poner aceite en el wok”, me dice mientras está removiendo las patatas de su famosa tortilla.
Hoy también tiene dos ayudantes franceses a los que todos estamos deseando que acaben liados antes de que ella regrese a París. Regis y Céline no dejan de preguntarle qué tienen que hacer ahora. “Y ahora…”, y la mejor cocinera del mundo les pide que coloquen esa sartén por aquí o que limpien otro cuchillo. Ella domina el espacio de su cocina. Me pide que corte otra cebolla mientras mis dedos siguen oliendo a ajo. La cocina es un escenario perfectamente ordenado en dónde todo está en su sitio. Cada parte de la paella que va a hacer está esperando su momento para saltar a la sartén.
Primero el pollo, cortado en dados asimétricos que yo me he dedicado a desordenar. Otra sartén diferente para más cebolla. Las patatas ya están listas. Hay otra sartén con atún, más cebolla, tomate y las especias secretas que sirven para el relleno de la empanada, que también se está preparando a la misma vez. Mis dedos siguen oliendo a ajo. Sus dedos siguen yendo hasta la nariz para colocarse bien el piercing. Empiezan a llegar el resto de invitados. En dos días es el cumpleaños de Murean, la novia irlandesa de Jared y las chicas le han preparado una fiesta sorpresa en casa. También llegan Tom, Melanie y el pequeño Luca, y el húngaro Gabor. Todos traen cervezas o vino. La comida es cosa de la mejor cocinera del mundo.
La cebolla va cogiendo la textura perfecta para que los pimientos salten encima de ella. El pollo se queda en el banquillo de los castigados hasta que le toque su turno. Las gambas parecen canguros en algunos restaurantes de París y yo no dejo de preguntarle a la gente si quieren algo de beber. No hace falta que se lo repita demasiado, se sienten cómodos en casa de la mejor cocinera del mundo y ya cogen las cervezas como si estuviesen en la suya propia.
Es el momento de que el actor principal de la paella salte a la zona caliente. Remover bien y hacerle caso a la empanada. Todo esto sería un caos si no fuera por la perfecta dirección de la mejor cocinera del mundo. Sabe en cada momento qué toca en cada sartén. Aquí las gambas, allí los huevos y en el horno la empanada de atún. Todo está en su sitio. Los chicos se relajan en el jardín con una Coopers en la mano. Mis dedos siguen oliendo a ajo y el azafrán le da el color exacto a la paella. La mejor cocinera del mundo comprueba desde su atalaya su obra mientras sigue tocándose el piercing de su nariz. Todo está listo para que la fiesta sorpresa empiece. La comida no puede tener mejor pinta. La mesa desborda colorido español: el rojo del tomate sobre el pan tostado, el amarillo intenso de las paellas, el tono exacto de las tortillas, la crujiente textura de la empanada. El aroma que llega a cada una de las narices que estamos allí parece inventado. Mis dedos han dejado de oler a ajo para que pueda colocarle bien el piercing de la nariz a la mejor cocinera del mundo. “Es que lo tenías un poco girado”.
Y después llegó la fiesta sorpresa…
Muireann tiene que romper una piñata que hemos colocado en el techo de nuestro jardín. La piñata es la representación de un emu, el ave típico de Australia, que está repleto de caramelos, serpentinas y una nota que debe leer y que le va a llevar hasta el siguiente regalo. Un gorro verde irlandés que le recuerda que dentro de un mes es el patrón de su país (St. Patrick), un mando de la Wii repleto de caramelos, un mono que huele a vainilla o un juego de bolas de petanca con la que nos vamos a pasar la noche jugando.
Muireann se emociona a cada regalo sorpresa que va abriendo. Besa a las chicas que también se emocionan con ella, y nosotros, con la cerveza en la mano, ya tenemos suficiente con acompañarlas a la siguiente nota que le lleva al próximo regalo.
La noche fue larga, las cervezas se terminaron en el momento oportuno de marcharse a casa y la mejor cocinera del mundo estaba contenta porque todo había salido perfectamente.
“Teniéndote a ti como anfitriona, es imposible que nada salga mal”, le digo antes de darle el beso de buenas noches a la mejor cocinera del mundo.
Hora: Tarde. Estado final de la casa: Aquí está.
PD: Mi mamá también es la mejor cocinera del mundo.
sin leer el post hago el comentario....lore cocina que se sale del mapa!!!siempre me acordare de unos spaguetis a las 5 de la mañana
ResponderEliminarQUE GRANDE LORE!!!
despues de leer el post mi mama tambien es la mejor cocinera del mundo jajajajaja....
ResponderEliminar¡Que orgullosa me encuentro de mi hija Lorena!.
ResponderEliminarUn besote mami
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