Fin de la Primera Parte de las aventuras de Lorena y Sam en Australia. Si quieres saber cómo nos va:

Y ahora, ¿Cómo es el invierno en Australia?

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lunes, 11 de abril de 2011

04/04/11 Subiendo la segunda montaña más alta de South Australia

En dos semanas hemos pasado de estar a 9 horas y media de diferencia horaria con España, a sólo 7 horas y media. Siguiendo esa  misma proporción, en seis semanas estaríamos a una hora de diferencia de la península ibérica y nos convertíamos en la Nueva Canarias. La isla continente en dónde estamos ahora se llenaría de plátanos, las playas serían de arena negra y podríamos escalar el Teide sin miedo a que un día entrase en erupción. Por desgracia acercarse de forma horaria a Europa no equivale a estar más cerca geográficamente, con lo cual seguimos a más de 16000 kilómetros de distancia con España; no tenemos plátanos de verdad, las playas están llena de tiburones y la altura máxima que podemos escalar en una montaña no llega a los 800 metros. Hoy toca subir al Monte Lofty (719 metros): la segunda montaña más alta de South Australia.
El entreno de Lorena se traslada a la naturaleza. Los entrenadores del estudio han decidido llevárselos a todos a subir montañas para que gasten calorías. El plan parece sencillo: subes hasta la cima del Monte Lofty, te haces una foto de grupo y lo vuelves a bajar. 3 kilómetros de empinadas cuestas que nos van a dejar las piernas con agujetas el resto de la semana.

La vida del deportista dominical siempre fue dura. No es como la que llevan los profesionales del carajillo: 
10 am. Levantarse de la cama y lavarse con la punta de los dedos humedecidos, las legañas de los ojos; bajar al bar de la esquina y tomarse dos carajillos, tres cervezas y una bolsa de patatillas. A las dos de vuelta a casa y a tumbarse en el sofá después de comer. El deportista madruga. Se quita las legañas de la misma manera, pero sale de casa antes de que salga el sol.
8:20 am. Estamos buscando un sitio para nuestro Mazda 2. Tenemos que llegar al final de una carretera en donde el 3G del iPhone no funciona. Los bordes de la carretera están llenos de coches que son más madrugadores que nosotros. “Estos no se han quitado ni las legañas con los dedos”, pienso a la vez que Lorena me dice: “Mira allí están”. No nos hemos perdido.

La cima del monte Lofty nos espera. La salida es conjunta para los alumnos que se sientan más fuertes. Los flojos han salido media hora antes y a la mitad del recorrido los vamos a adelantar, porque somos unos deportistas de verdad.
Subir una montaña siempre te puede reportar imágenes maravillosas. Cascadas de agua, puentes de madera atravesando el río Murray, árboles que no dejan ver el bosque…un espectáculo que el jardinero que llevo dentro no deja de admirar. El jardinero también se fija en los pobres árboles que están muertos en medio del camino. Me siento culpable de cada árbol que está a punto de morir en el camino. Una lágrima cae cada vez que una planta es pisoteada por cualquier tipo sin escrúpulos que pasa corriendo por nuestro lado. Son tipos despiadados con músculos hasta en las arrugas de la cara. “Mira el bíceps que tengo en la arruga de mi frente”, parece que me dicen al pasar.
“Pero no pises a esa pobre planta, cabrón”, le digo al tipo con músculos en las arrugas de la cara cuando ya no me oye. Soy un jardinero con sensibilidad, que intenta no pisar ninguna planta. Diez metros después de evitar pisar plantas, hierbajos o trozos de árbol muerto, me doy cuenta de que esa no es la mejor forma de respetar la naturaleza. Lorena me lleva unos treinta metros de distancia y la estoy empezando a perder de vista. Tengo que concentrarme en la subida y dejar los sentimientos para el jardín de casa.

Ahora me fijo en la gente que baja de la montaña. Han madrugado más que nadie y ya han hecho cima. Se cruza con nosotros y voy escuchando frases sueltas que convierten el camino en un divertido entretenimiento. Recopilo frases  y convierto la subida en un relato escrito por ellos:
“Me lo encontré allí…”, dice una que pasa por mi lado.
“y el abuelo…”, suelta otra cinco minutos después.
“no dejaba de ladrar…”, escucho a otro
“Por eso tuve que sentarme…”, una mujer mayor con poco ánimo.
“al final,…”
“siempre te viene el cuñado…”
“como si fuera un león en celo…”.
La cima del Mount Lofty está a menos de 800 metros. Un último esfuerzo y lo conseguimos. Es el momento de adelantar a los compañeros de Lorena que salieron antes que nosotros. No perdemos ni a las canicas y nuestras calorías van saliendo de nuestro cuerpo en manada. Un grupo de calorías aferradas a la barriga intentan agarrarse al borde del ombligo, pero no lo consiguen. “Nos vamooooss”, van gritando cuando sus manos son incapaces de sujetarse más.
La cima está a nuestros pies. Tocamos el segundo pico más alto de South Australia y nos sentamos con el resto de compañeros, que van llegando desperdigados.
Uno de los que ha llegado junto a nosotros siempre hace la misma broma a los que van coronando.
“Tenemos dos noticias: una buena y otra mala. La buena es que ya estás en la cima. La mala es que tienes que volver a bajar”, a la tercera vez que lo escucho decir ya ha perdido la gracia. Pero como los que van llegando es la primera vez que lo escuchan siempre será gracioso. “Un día tienes que hablar de eso”, me dice el guionista.


El termómetro en la cima marca 9ºC. Fotografía completa de grupo y de regreso a la estación base. En la subida hemos quemado más de 500 calorías. Lorena se come una manzana y recupera fuerzas.
“Bajamos corriendo”, me propone.
“No hay nada que me apetezca más como correr en una montaña”, le digo. Volvemos a encender nuestros relojes y empezamos a correr. Empiezo a sentir una sensación que hacía tiempo no sentía. Disfruto de la naturaleza, de correr, me siento libre; quien no haya sentido esa sensación no sabe lo que se pierde. Por un momento me pongo en la piel de ese tipo que se pasa el día tumbado en el sofá viendo deporte en la tele o bajando los domingos por la mañana a beber alcohol sin más. Por ejemplo, el gordo inglés del otro día que es capaz de beberse 24 cervezas de una sentada viendo un partido de criquet. Seguro que debe pensar:
“Menudos frikis estos que se ponen a correr y dicen que disfrutan. Donde se ponga una cerveza más…”.
Si chaval, es mucho más cómodo estar tumbado en un sofá, o tirado en la cama rascándote las pelotas, pero tu cuerpo llegará un día que te diga:
“Hasta aquí hemos llegado. No aguanto una puta cerveza más dentro. Los porros me asquean. Las hamburguesas grasientas me aborrecen. Quiero un poco de vida sana…con menos de treinta años y aparentas 55. Levántate del puto sofá y ponte a correr”. Pero esa parte de su cuerpo que le pide vida sana no es lo suficientemente fuerte como para hacer que se levante del sofá, y el próximo fin de semana volverá a beberse un par de paquetes de seis cervezas para cenar. 

Mientras tanto nosotros buscaremos algún lugar para hacer deporte y respiraremos aire puro. Nos levantaremos temprano, nos quitaremos las legañas con la punta de los dedos humedecidos por la saliva y a correr.

2 comentarios:

  1. HOLA SAM menos mal que la altura que teneis es relativamente pequeña y seguro que la podeis suvir
    bien y el entrenamiento sera efectivo y seguro que haceis buenisimas marcas.
    seguro que bosotros teneis una forma de vida mas sana-como tiene que ser-seguir asi porque como suelen decir MENTE SANA EN CORPORE SANO
    BESOS PARA LOS DOS CHAOOOO

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  2. Muy bien estáis en todo, disfrutar que cuando vengan los peques, es mas difícil. un besote,mami

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