Fin de la Primera Parte de las aventuras de Lorena y Sam en Australia. Si quieres saber cómo nos va:

Y ahora, ¿Cómo es el invierno en Australia?

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viernes, 8 de abril de 2011

01/04/11 El jardinero de Otway Crescent

El señor Elders estaba un día sentado encima de una pila de estiércol y pensó: “Tengo que dejar está mierda de trabajo”. Su rutina consistía en transportar un montón de mierda de cerdo de un sitio a otro. No quería pasar el resto de su vida en ese sitio. A pesar de eso, ese día el aroma de la mierda hizo que su pituitaria diese un giro de 360º, le plantó al cerebro una propuesta de negocio millonario y la parte arriesgada de su lóbulo derecho dijo si.
“Voy a convertirme en agente inmobiliario”.
Unos meses después creó la Agencia Inmobiliaria Elders. Compró terrenos que se dedicaban a generar estiércol y empezó a construir casas en South Australia. Una de las casas que construyó la inmobiliaria Elders está en 5 Otway Crescent de Mawson Lakes. Hace unos meses la vimos, nos gustó y aquí estamos, viviendo en una de las casas que el señor Elders construyó.


La semana pasada recibimos una carta de la inmobiliaria Elders. Nos decía que de acuerdo con las exigencias regulares de inspecciones y demás mandangas, el próximo día 1 de abril vendrían a inspeccionar el estado de la casa. Es usual en ésta parte del mundo, que cualquier agente de la inmobiliaria con la que tienes el contrato de alquiler, se pueda pasar por tu casa para ver qué tal la estás cuidando. Nuestros amigos australianos nos avisaron de que podrían ser muy quisquillosos y mirar en cualquier rincón de la casa: abrir el horno por si hay cocinándose un canguro, mirar debajo de cama por si tienes juegos eróticos o dentro de los armarios por si hay algún cadáver…esas cosas que todos podemos tener guardado en nuestra casa.
Así que toca limpieza general. Me pongo el mandil, la cofia de criada y empiezo a repasar cada esquina de la casa. Habitaciones, comedor, cocina, todo queda impoluto después de 4 horas de intenso trabajo. Los electrodomésticos han estado a la altura. La aspiradora ha tragado tanto polvo que empieza a tener síntomas de alergia después de limpiar la cocina. Es una gran putada, pero gracias a “Dirt Devil” (el aspirador de mano), los últimos rincones del comedor se han podido hacer. La casa reluce. He hecho un buen trabajo. Pero todavía queda la parte que tengo más descuidada: el jardín.
Ozito vuelve a la carga. Está listo para comerse hasta el último gramo de hierba. Lo noto lleno de energía, pero en realidad es una pose falsa que enseguida descubro.
“¿Qué tal colega?”, le enchufo los dos alargos de diez metros y lo empiezo a pasear por el jardín.
El césped está demasiado alto. Ozito no contesta. La primera impresión de alegría se transforma en pesadumbre.
“Esto no va bien, Sam”, la voz de Ozito suena triste.
“Eh, tú “ese” otra vez funciona”, le digo contento.
“Va, deja ese tema ya y vamos a lo que importa. Cuando venga mañana la tipa de la inmobiliaria, va a notar que este jardín es un desastre, y me siento culpable”.
“Ozito, no es culpa tuya. Ya sé que la hierba no hay que dejarla crecer tanto, y que la Familia Abeto sigue igual de jodida…”
“Si, pero mi cometido en la casa es que el césped del jardín esté perfecto. Y mira esas calvas, y esas malas hierbas de ahí…”
“Mira para lo de las calvas tengo un remedio, colocamos hierba cortada encima y ya está…”
Ozito me dice que eso de cortar hierba y colocarla en los huecos del jardín es como los calvos que no asumen su calvicie, que se dejan el pelo largo de un lado para tapársela. Cuando haga viento ese pelo volverá a su sitio y se les va a ver la calva.
“Con el césped superpuesto en los agujeros pasará igual; en cuanto sople el viento se llevara esos trozos de hierba y dejara en evidencia la calva”.
Ozito es un lince. Eso me recuerda a un jefe que tuve hace años. Al abrir la puerta de su despacho, el viento que producía el cambio de presión con el exterior hacía que corriese tal cantidad de viento que sus cuatro pelos estratégicamente colocados se iban al garete. Entonces él me miraba con rabia y parecía decirme con la mirada: “cabronazo, ojala te quedes tú calvo y quieras taparla de la misma forma que hago yo”, por suerte nunca le hice caso.
Terminamos el jardín con el deber cumplido. Hay hierbas salvajes en los laterales de la casa, pero no creo que la inspección se fije en eso. Ozito cree que debería ponerle más atención al jardín. No le hago caso, porque llega el momento de la visita de la agente de la inmobiliaria Elders.
10:45 am.
Tres golpes secos en la puerta de casa anuncian su llegada. Son ellos. Abro y me encuentro a la chica de la agencia, el señor Elders y el mayordomo de la tele. Con su algodón en la mano. Vienen con ganas de descubrir algún resquicio de suciedad. El señor Elders me da la mano y empieza a contarme la historia de su vida. Los años duros del estiércol, el momento de inspiración encima de aquel montón de heces de cerdo…La verdad es que no me importa demasiado seguir escuchando lo que me dice. Para que piense que le estoy escuchando, le hago el truco de la mirada fija y el mmm mmm con la cabeza diciendo que si. El mayordomo de la tele se ha traído dos rollos de algodón. Pasa un trozo por cada parte del lavabo, por cada esquina del salón, por cada rincón de las habitaciones. Esta alucinado. “Todo perfecto, señor”, le dice al señor Elders. Mientras tanto la chica de la agencia se ha ido directamente al jardín. Los cuervos se están comiendo a unos bichos pelota que no consiguieron marcharse antes de que Ozito les pasase por encima. Las moscas esperan su turno y una mariposa blanca se posa en el abeto más débil. La naturaleza delante de nuestros ojos dibuja una acuarela de emociones sutiles…
“Este jardín esta hecho una mierda”, me suelta la chica de la agencia en mi momento poético del día.
“Cómo”.
“No tenéis jardinero, o qué”
“Es que nuestro jardinero es un poco…nuevo en éstas cosas”, le suelto para no desenmascararme.
“Pues deberíais cambiarlo ya. El césped está lleno de calvas. Mira, el tío se dedica a colocar césped encima, el viejo truco”
“Vaya tela…”, le digo negando con la cabeza.
“Y las malas hierbas que hay alrededor de la casa. Es un puto desastre. Quién es recomendó a éste jardinero, por Dios”, la chica de la agencia está perpleja. “Mira tenéis un Ozito, cómo yo”, dice al pasar junto a Ozito.
“Así crees que deberíamos cambiar de jardinero, ¿no?”, le pregunto.
“Por supuesto, es un fraude. Seguro que os cobra una pasta. Ya os pasaré la tarjeta del mío, que me tiene el jardín de casa alegre, alegre”, me dice con una sonrisa pícara.
“Pues sí, voy a tener que despedirlo ya. Debe ser que nos vio nuevos en la zona y se aprovechó de nuestra buena fe”, la mentira va creciendo.
“Hay mucho jardinero inútil en este mundo de Dios”, la chica se gira hacia el señor Elders, que le está contando al mayordomo sus inicios en el mundo inmobiliario. “Y con éstas manos construí todas éstas casas… me acuerdo del olor del estanque…”.
“Se pasa el día así. Contando la maldita historia de su vida. Hoy me ha tocado acompañarlo. Suele ir cada día con un agente diferente, para no aburrirse”, me dice la chica de la agencia en voz baja.
“Bueno, pobre hombre, debe estar orgulloso de sus inicios”, le digo.
“Pobre hombre. No te imaginas la pasta que tiene el viejuno. Está podrido de dólares; sin mujer, sin hijos…A veces me da por pensar unas cosas, porque estoy casada, que si no…”.
La chica de la agencia me da una copia de las cosas que tenemos que mejorar en casa.
“Lo único que tenéis que hacer es cambiar de jardinero. El resto de la casa está perfecta”.
“No te preocupes que te haremos caso”, le digo antes de despedir a los tres en la puerta de casa.
“Ya te enviaré a mi jardinero”, dice la chica.
“Encantado señor Elders, increíble su historia”, le digo al viejo Elders a la vez que le estrecho la mano.
“Si tú supieras…”, mientras dice esto, el mayordomo le da un par de golpes en la espalda para que se dirija al coche.
“Dígale a la ama de casa que está haciendo un gran trabajo”, me dice el mayordomo.
“Ya…”, no creo que venga a cuento ahora decirle que la ama de casa y el jardinero es la misma persona.

Cierro la puerta y entro en casa con un doble sentimiento: soy buena ama de casa, pero muy mal jardinero. Son las 12:13:14, uno de esos números simpáticos que me regala a veces mi nuevo reloj Polar. En España la hora no es tan simpática, pero es casi capicúa: 3:43:43. Seguid durmiendo, que yo voy a hablar muy en serio con el jardinero.

1 comentario:

  1. HOLA SAM que suerte tener ese pedazo de maquina llamado OZITO de cuantos apuros te ha sacado y seguira aciendolo porque es fiel a su dueño--cuidado con el colega del señor ELDERS que limpio
    es con lo guarrillo que hera pero claro los tiempos han cambiado y no se acuerda cuando estaba todo el dia pisando cacas de cerdo y otros animalitos-y lo del jardinero te quedas con el que tienes que es muy bueno-y tambien con OZITO BESOS PARA LOS DOS CHAOOO

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