Los últimos coletazos del verano en South Australia vienen en forma de picaduras de mosquitos Mole. El nombre no les puede ir mejor. Son auténticos gigantes que te infunden miedo si no eres todo lo valiente que se necesita ser para vivir aquí. Salir de casa se está convirtiendo en una especie de odisea. Es como si tuvieses que atravesar un campo plantado con mosquiteras, pero no de las que se ponen en las puertas o las ventanas de las casas para que no entren los mosquitos dentro; éstas mosquiteras son plantas enormes con ramas llenas de mosquitos hembra, que se dedican a parir centenares de hijos en cada contracción. “Hay van otros 200 mosquitos Mole más”, suelta la mosquito hembra que acaba de parir. Allí nacen y se desarrollan los futuros picadores profesionales. Nosotros no dejamos de ser como los protagonistas de la película “Los Chicos del Maíz”, tenemos que pasar por ese campo de mosquiteras sabiendo que nos vamos a encontrar con los jóvenes mosquitos Mole que están sedientos de sangre. Suerte que el verano parece que se va apagando y que éstos mosquitos no llegarán jamás a cumplir la mayoría de edad.
Después de dejar a Lorena en el instituto, mi principal función de hoy es sacar las cajas de porexpán vacías y dejarlas en la puerta de casa. Estas cajas de porexpán son las que llevaban nuestra comida de la semana. El funcionamiento de nuestra alimentación en las últimas cinco semanas ha sido así. Pedir la comida por Internet el domingo a una página que se llama Lite´n´easy y recibirla el miércoles dentro de dos cajas de porexpán con nuestros desayunos, comidas y cenas de toda la semana, y al llegar otra vez el miércoles, volver a dejar las cajas vacías en la puerta, para que el repartidor de Lite´n´easy, se lleve las vacías y nos deje en la puerta de casa otras dos cajas llenas. Simple.
Los mosquitos Mole duermen por la mañana y salen a cazar a partir de las tres de la tarde. Las cajas están en la puerta de casa a las 9:05 am. Dos picaduras en el cogote de un mosquito madrugador que no he visto han sido mi castigo por no estar del todo atento. Me encierro en casa, me acurruco en el sofá de mi estudio y dejo que pase el tiempo. Me balanceo con los ojos cerrados mientras escucho algún mosquito kamikaze estrellarse contra la ventana de la habitación. No puedo desfallecer ahora. Tengo que asegurarme que las otras ventanas de casa están cerradas. Me levanto del sofá con cuidado y voy chequeando cada ventana, cada rincón de la casa para que no entre ningún bicho más. Mientras lo hago voy pensando en el repartidor de Lite´n´easy. Debe estar preparado contra las picaduras de mosquito, porque en estas cinco semanas que llevamos pidiendo la comida, jamás me lo he encontrado. Eso quiere decir que tiene que venir a dejarnos la comida más tarde de las cinco de la tarde, que es cuando Lorena tiene su clase de ejercicios en la ciudad y yo voy a llevarla. “¿Qué pinta debe tener el repartidor de Lite´n´easy?”, me pregunto mientras cierro la puerta del jardín.
Cinco minutos después de hacerme esa pregunta oigo golpes en la puerta. Suenan como si alguien estuviese golpeándola con el puño. Evidentemente mi primer pensamiento es que una manada de mosquitos Mole se ha juntado en la puerta de casa, han formado un puño gigante y están golpeándola con fuerza. “No puede ser”, pienso mientras trago saliva. Los golpes se repiten de tres en tres. Tres veces. “También puede ser el cartero”, mi nivel cinéfilo tiene éstas asociaciones veloces. “O son los mosquitos o es el cartero”, para salir de dudas, lo mejor es preguntar.
“¿Si?”.
“Lite´n´easy”, la voz profunda de un ser humano me despeja de la amenaza de los mosquitos. El repartidor de comidas está aquí. Por fin lo voy a ver.
Abro la puerta con cuidado, a pesar de que la voz es claramente humana, nadie me dice que no haya mosquitos Mole ventrílocuos.
“Buenos días”, la cara del repartidor aparece bajo una gorra con las iniciales LnE.
“Hola, qué tal”, mi voz deja de temblar al comprobar que no hay mosquitos en la puerta.
“Le traigo la comida de la próxima semana”.
“Ya veo, qué bien. Es la primera vez que consigo verte”, le digo para practicar un poco mi inglés.
“Es mi primer día. Espero que le vaya bien ésta hora”.
“Si, si, no te preocupes, es que siempre nos lo encontramos por la noche, al volver a casa. Está bien”, le digo mientras miro de reojo que no entre ningún bicho.
“No se preocupe por los mosquitos; estando yo aquí no tiene nada que temer”, el repartidor de comida tiene pinta de saber lo que dice.
“Es raro que hayan tantos ahora, que el verano se termina”, le digo, a la vez que pienso en el vendedor de helados: “Ayer fue martes y no se pasó por el barrio”.
“Ese impostor ha estado por aquí diciendo que es Dios, ¿verdad?”, el repartidor de comidas me interrumpe como si estuviera leyendo mis pensamientos.
“¿Cómo?”, le he oído perfectamente, pero es el turno de la pregunta que te permite unos segundos más para pensar.
“El vendedor de helados que se pasea por los barrios diciendo que es Dios es un impostor. Yo soy realmente Dios. O tu helado de sangría ha hecho que siga siendo verano seis meses más. O crees que aquella niña que se comió el helado de coco y mandarina va a ser la próxima Picasso, y además inmortal. Paparruchas”. De todo lo que me acaba de soltar el repartidor de comidas, lo que más me ha sorprendido es que haya alguien que todavía diga “paparruchas” a éstas alturas de siglo.
“Vaya, me dejas helado”, si le digo que me ha dejado helado de sangría: ¿Podremos tener seis meses más de verano? Al repartidor de comida o nuevo Dios, no le hace gracia.
“Tengo la capacidad de leer lo que estás pensando. Te he dejado helado…de vainilla (que te daba la posibilidad de terminar un Ironman entre los 500 mejores del mundo, memo). En fin, que esto es muy serio. Estoy aquí porque quería dejar las cosas claras con la gente que se encontró con ése dios de pacotilla la semana pasada. Nada de deseos por comerse un helado. La vida es más dura. Qué me lo digan a mí. Mira dónde estoy”, el Dios de los repartidores se pone serio. Es el momento de darle mi apoyo.
“Tengo la capacidad de leer lo que estás pensando. Te he dejado helado…de vainilla (que te daba la posibilidad de terminar un Ironman entre los 500 mejores del mundo, memo). En fin, que esto es muy serio. Estoy aquí porque quería dejar las cosas claras con la gente que se encontró con ése dios de pacotilla la semana pasada. Nada de deseos por comerse un helado. La vida es más dura. Qué me lo digan a mí. Mira dónde estoy”, el Dios de los repartidores se pone serio. Es el momento de darle mi apoyo.
“Vamos, no te pongas así. Seguro que puedes elegir el trabajo que quieras, y mañana puedes ser…no sé…Fotógrafo del Playboy, como dice la canción de Sabina”, es lo primero que me viene a la cabeza.
“Tú crees que estoy en éste mundo para divertirme. He sido rana en los cuentos de princesas y nunca me besaba ninguna; he sido batería de un grupo de rock famoso y todas las groupies se iban con el cantante, el guitarrista o el bajista; el batería nunca pilla cacho…”, a Dios se le empieza a caer una lágrima sagrada de su ojo derecho.
“Es que siendo Dios, podías haber elegido ser el cantante. Todo el mundo sabe que el batería nunca pilla cacho”, es lo primero que me viene a la cabeza.
“Lo sé…lo sé, tío; quiero ponerme retos difíciles y siempre me salen mal…”, las lágrimas de Dios salen a borbotones. Es el momento del abrazo de colega.
“Vamos, la próxima vez te saldrá mejor”, le doy dos golpes en la espalda y el repartidor intenta dejar de llorar.
“Bueno, gracias tío. Y tú ya sabes. No vayas haciendo caso a locos que se creen Dios y cuidaros mucho. Qué os aproveche la comida de la semana”, me dice mientras se seca las lágrimas.
“Oye, y no puedes hacer nada con éstos mosquitos Mole que hay por aquí”, le pido antes de que se suba a la furgoneta de Lite´n´easy.
“No te preocupes, que pronto se marcharán”. Mientras le saludo con la mano desde la puerta de casa, veo como un enorme grupo de mosquitos Mole se acercan a él, se meten dentro de la furgoneta y desaparecen de la calle. No quiero saber la hora que es. Igual el reflejo del reloj resulta que sale Dios y me dice que puedo controlar el tiempo y viajar al futuro. Vete tú a saber.
HOLA SAM pedazo de mosquito parece que sea una
ResponderEliminarlechuza sin alas -desde luego el repartidor tiene
cojida la hora para no encontrarse con semejantes
monstruos aunque los tenga bien controlados-claro
que por algo es tan importante que suerte
BESOS PARA LOS DOS CHAOOO
No me gustan los mosquitos, suelen picarme sin pedir permiso.Los veranos en Nigrán aparezco con picotazos. ¿que tal la comida? para Lorena es una
ResponderEliminarmanera comoda, para trabajar sin tener que preocuparse tanto de la comida. mami
odio los mosquitos, yo en verano siempre hago delivery de sushi y cuando hace mucho calor en casa vienen muchos bichos. tengo que cerrar todo y poner ventilador
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