Dios puede disfrazarse de lo que quiera. Puede hacer que todavía sea verano en ésta parte del mundo y que en el otro hemisferio el invierno dure seis meses más. Le pides un helado de sangría y Dios te concede ese deseo. Hoy Dios se ha disfrazado de vendedor de helados y ha estado repartiendo sueños imposibles a los niños del barrio.
Los niños quieren saborear las últimas gotas de sol en forma de cono con sabores. Los asiáticos pasean por las calles con paraguas negros y yo tengo ganas de tomarme un helado para despedir a regañadientes éste calor que me ha acompañado casi un año. Me siento como un asiático con paraguas en un día sin lluvia, porque tengo la cara roja del sol de ésta mañana cuando salí a correr y ahora necesito apagar mi sed con algo nuevo. Me escondo del sol en mi paraguas negro y me acerco al puesto de venta de helados ambulante, que pasa cada martes por el barrio.
El sonido de la campana te anuncia que el vendedor de helado ya está en el barrio. Después de muchas semanas de pensármelo, hoy he decidido pedirme uno. Me acerco con mi paraguas y miro las posibilidades. El vendedor de helados no tiene la imagen típica de Dios. No lleva barba blanca, ni tiene voz profunda, ni sale de detrás de su cabeza un halo de luz que se pierde en el cielo. Todavía no sé que estoy delante de Dios, porque eso pasará más tarde. El futuro vendrá después, cuando acierte una extraña contraseña que no sabía que tenía en mi cabeza y me encuentre delante de Él. Ahora mis ojos sólo se fijan en los sabores que puedo elegir. Algunos niños del barrio ya saborean sus bolas de helado en el parque. El vendedor de helados le acaba de vender a una niña de unos siete años un helado de mandarina y coco, para hacerla feliz. Salta de alegría como si le acabase de tocar la lotería, pero siendo una niña no creo que esas cosas le hiciesen tanta ilusión.
Están todos los sabores que puedas imaginarte; de frutas, de verduras, de bebidas refrescantes. Extrañamente hoy echo de menos las borracheras adolescentes de sangría y al ver que hay un helado de ese sabor, se lo pido al vendedor de helados.
“¿Podría darme un helado de sangría?, por favor”, le pido con toda la educación que tengo disponible en mi bolsillo.
“Vaya, ya veo que me has descubierto”, me dice el vendedor.
“Cómo, qué quiere decir”.
“Sabes quién soy y has pedido un helado para que te conceda ese deseo”, me suelta el vendedor de helados.
“Pues no sé quién eres. ¿Un vendedor de helados?”, mi tono no suena tan sarcástico como mi escrito.
“Sabes que soy Dios, y que hoy me he disfrazado de vendedor de helados para conceder deseos y sueños a los niños de éste barrio. Y tú has tenido la suerte de pedirme un helado con deseo”, ahora que lo sé todo, no me suenan raras sus palabras, en el momento de escucharlas estaba empezando a alucinar.
“Te juro que no sé de qué me estás hablando”, tuteo al vendedor que dice ser Dios.
“Ves a la niña de allí. Le acabo de hacer inmortal y será la nueva Picasso del siglo XXII. Mezcló coco, que te hace inmortal, con mandarina, que te da las dotes como artista en la rama que tú desees, y ella será para siempre la nueva Picasso”, la voz de Dios o del vendedor de helados empezaba a sonarme cada vez más profunda.
“Y yo qué he conseguido con mi helado de sangría”.
“Puedes alterar el tiempo meteorológico de la manera que desees”, me dice con una sonrisa. Sus dientes son profundamente blancos.
“Con mi helado de sangría, ¿puedo hacer que siga siendo verano aquí?”.
“Ya veo que entiendes mis poderes”.
“Pero eso cambiaría al resto del mundo. En el otro hemisferio seguiría siendo siempre invierno”, le digo, pensando en la familia y los amigos.
“Por supuesto. Los deseos que ofrezco deben mantener un orden lógico en el planeta. Verano eterno aquí, invierno perenne allá”, el vendedor de deseos tiene también alma de poeta.
Una vez metido en un juego de éstas características, lo mejor que puedo hacer es seguir jugando. Me lo empiezo a pasar bien.
“Pongamos que cambio el sabor y decido coger un helado de pera”, le propongo.
“Ya no puedes cambiar tu deseo, pero bueno, te voy a contestar. Con el helado de pera tenias asegurado la riqueza material el resto de tu vida”.
“Joder, qué mala suerte. Y con el de naranja, que también me gusta mucho”, lo de no ser rico para siempre me ha fastidiado un poco.
“El helado de naranja te da el don de la ubicuidad. Puedes estar aquí, allí o dónde tú desees. Serías casi como yo. Como un Dios”, el vendedor de dioses o de sueños, parece empezar a molestarse un poco.
“Y con uno de fresa y cava, que veo que tienes ahí”, le señalo con el dedo el de cava, que hasta ahora no lo había visto.
“Mira tío, has elegido sangría, y ya no puedes cambiar. Además me estás fastidiando un poco, y los niños ya no se acercan a pedirme helados…”, Dios, se empieza a enfadar.
“Va, no seas así, hombre, quiero decir, Dios. O cómo te gusta que te llamen”.
“Puedes llamarme Godot, cómo hizo el gran Beckett”, me dice refiriéndose a la obra del escritor irlandés Samuel Beckett (Esperando a Godot).
“Sabes que yo me llamo como él”, le digo para relajar los ánimos.
“¿Beckett?”
“No, no, me llamo Sam, Samuel”, le contesto.
“Pues me alegro mucho, Samuel. Son cinco dólares por el helado de sangría. Y el deseo es el de eterno verano en Australia”, me pregunta Godot.
“Eh…, no sé, es que sería una putada para el resto del mundo”, me siento solidario con el hemisferio al que pertenecí los primeros 36 años de mi vida. “Que sean sólo 6 meses más de verano aquí”, termino por pedirle.
“Está bien, tu deseo será concedido”, termina por decirme Godot, mirando al cielo. Otro rayo de sol le ilumina directamente la cara.
Intento quedarme cerca del vendedor de helados para ver qué deseos van a ser concedidos a partir de ahora. Pero los niños han dejado de venir. Godot, el vendedor de helados, me hace señas con la mano para que desaparezca de su carrito de helado.
“Vamos, tío, cómete el puto helado de sangría y márchate para casa que me espantas la clientela”, Godot está verdaderamente enfadado conmigo. Me he quedado con las ganas de saber qué me pasaría si pedía uno de fresa, o uno de limón. O lo mejor hubiese sido mezclar uno de mandarina, coco, naranja y pera. Ser un artista inmortal rico que puede estar en cualquier sitio que desee.
“Oye, Godot, estarás aquí el martes que viene”, le pregunto antes de marcharme a casa para ir a buscar a Lorena al trabajo.
“Si, coño, estaré aquí, pero “pasapacasa” de una vez, como dicen tus amigos los gallegos, joder. Pasapacasa!”, Godot está verdaderamente enfadado. Desde que he llegado yo, nadie más ha venido a pedirle helados. Abro mi paraguas negro, le doy un lametón a mi helado de sangría y voy caminando hacia casa. El próximo martes seré más original y le voy a pedir uno de chocolate, manzana, kiwi y ajo, que seguro que es la bomba.
Tiene buena pinta ese helado pero me sigue encantando tus colages......son super andy warhol
ResponderEliminarLore como fue tu primer experiencia con el triatlon??
ResponderEliminarPues muy muy bien!! Ha sido la primera pero no será la última, aunque Sam te tiene que contar nuestra aventura con el "trisuit".
ResponderEliminarHola SAM para empezar el carrito de los helados es muy orijinal pero nada que ver con el vendedor
ResponderEliminarla verdad que no pensaba que tuvieseis vecinos tan importantes y que fuese tan facil hablar con el LOS HELADOS MEJOR QUE LOS PRUEBES TODOS
BESOS PARA LOS DOS CHAOOOOO
Me gustan los helados de limón,franbuesa acida, chocolate con trocitos, cafe, avellana con trocitos. ¡Que ricos en verano!. mami
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