La primera vez que subí a un escenario fue para cantar una canción de Ramoncín. “Como un susurro”, esa fue la canción que canté en un karaoke de Barcelona. Era sábado por la noche y la sala de fiesta estaba a punto de explotar de júbilo. La gente coreaba cada canción; manos arriba, pelos alborotados y movimientos al compás de cada una de las canciones que el resto de clientes elegía. Hasta que nos tocó a nosotros. Cuatro de mis amigos y yo subimos al escenario a cantar la canción de Ramoncín. Nos habíamos fijado en 5 chicas que también estaban en la sala y acababan de bajar del escenario para cantar una canción que fue todo un éxito. No se nos ocurrió nada mejor para impresionarlas que subir al escenario. La sala estaba en ese punto mágico en el que todo va hacia arriba. O se derrumba completamente, si a cinco veinteañeros se les ocurre cantar una canción de amor en el peor momento posible. Los brazos del público dejaron de aplaudir, las voces dejaron de sonar y lo que era peor, las chicas desaparecieron de la sala sin darnos tiempo a que pudiéramos hablar con ellas. Un desastre. El karaoke apagó las luces después de nuestra pésima actuación y dos semanas más tarde, en la puerta de la entrada, colgaba un letrero con letras brillantes que decía: “Se vende”.
Desde ese día dejé de creer en Ramoncín como el Springsteen español y lancé todos sus discos por la ventana de casa. En realidad sólo tenía una cinta de cassette que me había grabado de un vinilo que tenía un amigo. Esa era la forma que teníamos en mi adolescencia de copiarnos música. De esa forma robábamos el dinero de la SGAE (Sociedad General Autores Españoles) entonces. Comprábamos cintas de cassette TDK (Cromo o Ferro II), metíamos el vinilo en el tocadiscos, la cinta en la pletina de grabación y cruzábamos los dedos para que la aguja no saltara en ninguna canción. Luego buscábamos una fotografía del artista y la pegábamos en la carátula de la cinta de cassette. Después llegó internet, las páginas para compartir música, Rapidshare, y todas esas modernidades. Incluso te encuentras con algún avanzado al futuro que te dice: “me he bajado el último disco de Radiohead cuando todavía no lo han grabado”; y el mundo de la música cambió completamente.
Ramoncín también cambió. Se operó la nariz, presentó un concurso en La2 que se llamaba Lingo y se hizo el portavoz oficial de la SGAE. Empezó a perseguir a todo el mundo que se bajaba música por internet y hoy me lo he encontrado en Adelaide.
Ramoncín está en Adelaide
Salgo de la librería Unibooks de Adelaide después de ojear las últimas novedades del mercado anglosajón. No hay ningún autor australiano que me vaya a emocionar tanto como cualquier libro de Auster. Estoy leyendo mi primer libro en inglés del autor norteamericano y a pesar de que en cada frase tengo que buscar el significado de al menos una palabra en el diccionario, el conjunto de la obra no deja de sorprenderme. Llevo pinta de estar perdido en la ciudad, pero ya me conozco cada atajo para llegar a donde quiero. La gente aprovecha los últimos rayos de sol del verano y pasea por Rundle Mall con pinta de ser sábado por la tarde. Es viernes al mediodía y noto que un tipo extraño me sigue. Sombrero negro, gafas oscuras, botas de cuero, perfil anticuado de gánster que no pasa desapercibido. Esa es la pinta del tipo que me está siguiendo hace un buen rato. Me pare delante del escaparate que me pare, él siempre está a mi lado. Intento ignorarlo, pero noto su presencia. Tengo que enfrentarme a él o salir corriendo. “La vida no está hecha para los cobardes”, me digo y giro mi cabeza hacia la suya.
En ese mismo instante, él se quita sus gafas y se presenta:
“Qué tal. Por fin estamos cara a cara”, me suelta el tipo de la pinta de gánster.
“Vaya, así que eres tú”, le digo a Ramoncín sin titubear.
“Si. Soy yo y estoy encantado de conocerme”.
“Y qué haces por Australia”, le pregunto para intentar que la situación extraña pase por ser lo más normal del mundo.
“De gira, no te jode. Estoy con lo mío. Recaudando el dinero que nos queréis robar gente como tú”, la pose de gánster le hace parecer más alto del metro y medio que realmente mide.
“Y yo soy tu próxima víctima”, le digo para provocarlo.
“Exacto. Estás en la lista negra desde finales de los 80”.
“Tanto tiempo hace que empecé a defraudaros. No me imaginaba que…”, Ramoncín me corta.
“No te hagas el gracioso conmigo. Sabemos todos tus movimientos. Los discos que grabaste en cintas de cassette en el pasado, los CDs que copiaste, toda la música de tu iPod de 60 GB bajada desde páginas fraudulentas de Internet. Eres un peligro y después de mucho tiempo hemos conseguido encontrarte”, el monólogo de Ramoncín parece no tener final.
“Así que ha sido fácil encontrarme”, le digo mientras empiezo a caminar por Rundle Mall.
“Más fácil de lo que esperábamos. Ese blog tuyo te está delatando, nos has dejado la puerta abierta hasta aquí. Por cierto, qué hora es ahora en la Conchinchina”, me pregunta con sarcasmo.
“Pues según mis cálculos, como la Conchinchina está en la parte meridional de Vietnam y nos llevamos con ellos tres horas y media…”,
“Vamos chaval, no te hagas el gracioso conmigo. Esto va en serio”.
“Uh, qué miedito me das”.
La situación empieza a ponerse tensa. Empiezo a caminar más rápido por Rundle Mall.
“Y desde cuándo me estás siguiendo la pista, desde que me grabé tu disco en cassette, o cuando lo tiré por la ventana”, le digo con aparente tranquilidad.
“No tengo por qué responderte a eso. Te toca a ti y punto, y en cuanto nos pagues a la SGAE lo que nos debes, me voy a por el siguiente usurpador, que ya tengo ganas de volver a casa”
“Qué pasa, lo conozco”, le digo.
Ramoncín afirma con la cabeza justo en el momento que me encuentro con Reza, un chico afgano con el que he coincidido últimamente en clases de inglés y que es muy majo. Reza está preocupado por el futuro de su país y por el futuro de su futura esposa, que está en su país y no puede volar a Australia para poder casarse.
“Todavía no la conozco, pero mi padre me dice que será una buena chica”, me dice Reza.
Ramoncín se empieza a impacientar. Yo continuo hablando con Reza de su futuro matrimonial y me doy cuenta que ahora es el momento adecuado para escaparme del gánster de la SGAE. Aprovecho la llegada de un grupo de Hare Krisna que canta por Rundle Mall para mezclarme entre ellos.
“A éstos también le vais a pedir dinero”, pienso mientras me escabullo del gánste y consigo meterme en la otra librería de Rundle Mall: Dymocks Bookstore. Voy hasta la sección de Ficción y busco cualquier libro de Paul Auster para camuflarme de mi pesadilla.
“Man in the dark”, me parece una buena opción. Abro el libro por una página al azar y leo. “Tienes que parar. Esto ha dejado de ser divertido”.
Me sumerjo en la lectura del libro de Auster y miro mi reloj. Son las 13:50 en esta parte del mundo. Ramoncín debe estar buscándome por las calles de Adelaide y seguro que su reloj todavía marca la hora española (4:20 am). Su Jet Lag me ha dejado libre de pagar el dinero a la SGAE que supuestamente debo. ¿Tendrá Ramoncín algo que ver con Elton John y la amenaza en el periódico del otro día?
MUY BUENA LA PELICULA BRO,EN SERIO ESCRIBE EL GUION YA!!!
ResponderEliminarAhora seria el momento de poner un youtube de las tonterias del señor ramoncin pero con la calidad que tiene este blog mi conciencia no me deja
ResponderEliminarSAM seguro que no tenia otra cosa que hacer el cpullo de ramoncin que ir tan lejos a tocarte las narices eso es que te tiene envidia por lo vueno que eres saludos chaoooo besos
ResponderEliminarESTUPIDO!!!!! Que coraje me dio haberme tomado tiempo leyendo tu primer párrafo!!
ResponderEliminar