El calor de estos últimos días de verano hace que los asiáticos vayan por las calles de Adelaide con un paraguas en la mano. Negro. El ciclista que acaba de pasar por mi lado no es negro, pero ha estado a punto de empotrarme contra el escaparate de una tienda de golosinas. Para que el inicio de este texto parezca un poco racista, tendría que decir que los judíos deberían circuncidarse con machete o los aborígenes australianos que me encuentro por la calle, tienen pinta de no saber hacer la O con un canuto. Siento si hiero la sensibilidad de alguna persona, pero a veces, las palabras que te vienen a la cabeza se estropean en el camino que va hasta los dedos. Golpeo una tecla pensando que es una "a" y resulta que es una "b", entonces todo cambia de significado.
El ciclista suicida sigue su camino. Yo voy por Pulteney Street en busca de una tienda en dónde venden cuatro pilas al precio de dos. Justo delante de mí camina una pareja de asiáticos con un enorme paraguas negro que les tapa los rayos del sol. Me resulta familiar la manera en que camina la chica. El semáforo esta en rojo para los peatones y los siguientes cinco minutos, que es el tiempo mínimo en que tarda en ponerse verde, me quitaré esa duda.
Miro de reojo a la pareja. El chico mira al suelo con tristeza mientras sujeta el paraguas. La chica se gira hacia mí y me saluda. Es Cindy, la chica taiwanesa que coincidió conmigo en clases de inglés del pasado diciembre.
Cindy suda debajo del paraguas y me pide dos besos. A los asiáticos les encanta besarte cuando han cogido un poco de confianza contigo. Se acercan a ti, te dan golpecitos en la espalda como diciendo: “Eh, tío, que somos colegas”, y no dejan de sonreírte. Le pregunto qué tal le va la vida.
“Bien, estuvimos hace unas semanas en casa de Chen, ¿te acuerdas de Chen?, mi novio chino”, lo dice sonriendo y con gotas de sudor en la frente.
Chen también venía a clase, pero nunca hablaba. Te saludaba moviendo la cabeza hacia abajo, con golpecitos repetitivos de sumisión, como mucho te daba la mano y siempre emitía una especie de sonido gutural que nunca llegué a entender. Le doy la mano y muevo la cabeza como él. Lo que viene siendo un saludo oriental.
“Chen perdió todo su dinero jugando al póker por Internet”, me confiesa Cindy ahora seria.
“Vaya”, no sé qué decirle más. “Joder, Mierda, Capullo”, estás eran las otras posibilidades que tenía preparada mi cerebro para decir. Entre las cuatro palabras, escogí el neutro y coloquial: “vaya”.
“Si, vaya. Estábamos ahorrando para casarnos y este memo lo perdió todo”. Cindy le da una colleja a Chen, que sigue con la cabeza agachada, mirando fijamente al suelo.
“Joder”, le digo ahora. Estoy poco comunicativo y las tres palabras que tenía antes para elegir se han quedado obturadas en la punta de mi boca. Así que a la siguiente frase de Cindy le contestaré con un “Mierda”, y la última acabaré diciéndole a Chen que es un "Capullo".
“Estaba encerrado en su habitación jugando al póker, mientras yo estaba hablando con su madre, que es una bruja de mucho cuidado…”
“Black Jack”, suelta Chen sin dejar de mirar al suelo.
“Mierda”, mi tercera palabra, que no parece venir mucho a cuento.
“Bueno, lo que sea…con una tormenta del copón en Beijing, y se va la luz y me sale éste de la habitación diciendo que estaba a punto de ganar un montón de dinero al póker ese…”
“Black Jack”, vuelve a decir Chen.
“Capullo”. Os juro que no lo pude evitar. Lo solté, pero ellos habían empezado a discutir en chino, así que sólo lo escuché yo. Si con razón me dicen que no es muy educado ir insultando a la gente gratuitamente, les diré que tengo un brote de Síndrome de Tourette y que voy insultando sin darme cuenta. Espero que no me lo tomen en serio.
Cindy y Chen dejan de discutir en chino y vuelvo a estar en la conversación.
“Y tú qué tal, y Lolena sigue bailando tan bien”, me dice Cindy para olvidar su mala leche.
“Muy bien, sigue bailando muy bien, pero ahora se dedica a buscar una cura contra el cáncer. Está en otra onda”, las palabras vuelven a salir de mi boca sin quedarse obturadas. “Ah, y se llama Lorena, Lo- re- na”, le repito.
“Lolena, si Lolena”, evidentemente la lucha contra la erre la tienen perdida desde hace siglos. No insisto.
El semáforo para peatones sigue en rojo. No exagero. Me fijo en la mano derecha de Chen. La mueve compulsivamente, sobre todo el dedo índice, como si tuviese un ratón invisible entre sus dedos y estuviera clicando el botón a gran velocidad. La mano izquierda sigue sujetando el paraguas negro.
“Una figura y el Black Jack es mío”, va diciendo Chen, sin parar de mover la mano derecha.
“Calla, capullo”, dice de repente Cindy y le suelta otra colleja. “Lleva desde ese día repitiendo una y otra vez la misma frase. Estoy hasta la brenca de éste tío”, Cindy no ha perdonado que Chen lo perdiese todo jugando al Black Jack.
“No seas tan duro con él, igual la culpa no es toda suya”. La mariposa blanca que no maté a tiempo ha vuelto otra vez a mi realidad.
El semáforo por fin se pone verde. Tres segundos después empieza a parpadear el señor de rojo del semáforo. “Estos semáforos de Australia son lo peor”, le digo a Cindy. “Tardan tanto en ponerse verde”.
Antes de despedirme de la pareja, Cindy me confiesa que está harta de ir todo el día con paraguas por la ciudad. La policía de Beijing está persiguiendo a Chen por deudas. “Por eso lo del paraguas negro, para que no nos reconozcan”, me dice y yo me quedo helado.
“Y crees que con el paraguas negro en un día de calor cómo hoy vais a pasar desapercibidos”, le digo yo.
“¿No funciona así aquí? En los países orientales cuando veas a alguien llevando un paraguas negro en día de verano, es que tiene algo que esconder”, dice acercándose a mi oído por si alguien nos escucha.
“Bueno, la verdad es que aquí la gente lleva gabardinas, gafas oscuras y gorros de gánster para pasar desapercibido. Me imagino que cada cultura tiene sus peculiaridades”.
“Nos vamos a casa de un tipo que hemos conocido en otra clase de inglés, que parece muy majo. Se llama Reza y está a punto de casarse también”. A pesar de todo, Cindy no ha perdido la ilusión por casarse.
“Yo también conozco a Reza. A ver si un día quedamos y nos tomamos una cerveza”.
“Uy no, cerveza no, un té de hierbas es mucho mejor. Oye, nunca te han dicho que te pareces al Príncipe Williams de Inglaterra”, me suelta Cindy sin anestesia.
“Vaya”, ahora vuelven a quedarse encastadas las tres palabras de antes en mi boca: Joder, Mierda, Capullo.
“Tiene el mismo pelo que tú, bueno, él tiene un poco más de pelo”, me dice sonriendo.
“Joder, vaya mierda de capullo”, tengo que soltarlas sin que me ardan en la boca.
“No te enfades, que también te pareces a Beckham cuando se deja barba”, toma castaña.
“Y al Rey de España, también”, le digo para terminar de liarla.
“Si claro, también. Es que los occidentales os parecéis todos mucho”. Evidentemente, los asiáticos nos ven a todos iguales, igual que nosotros a ellos.
14:10 de una de esas tardes calurosas en South Australia. La realeza me sigue persiguiendo; (Chavalote qué hay de lo mío: El Rey, dixit. Te doblo el sueldo que tengas ahora mismo por mi discurso Navideño). Además, creo que vi a un tipo con gabardina y gafas oscuras al final de Pulteney Street que parecía Ramoncín, y la mariposa blanca que tardé tanto en matar el otro día está convirtiendo esta parte del mundo en un caos. Seguid durmiendo a las 4:40 am, antes de que Cindy me diga que me parezco a Chiquito de la Calzada, Santiago Segura o a Mortadelo.
Es una chorrada pero me acordado de esto.....no tiene gracia!!http://www.youtube.com/watch?v=5ffcWOiQnAc
ResponderEliminarESTAS MUY TARAO JAJAJAJAJAJAJAJAJA MUY BUENO ESTE POST....
ResponderEliminarNi chiquito,ni mortadelo,ni el capullo de segura,yo creo que somos mas.....http://www.youtube.com/watch?v=2-UcJo86mmQ
ResponderEliminarHOLA SAM con tantos parecidos pronto no sabremos si eres tu ono suerte que eres irrepetible y nunca cambiaras A dile a tu amigo CHEN que deje de jugar porque sino nunca se casara
ResponderEliminarEN HORA BUENA PARA LORENA POR SU MAJNIFICA ACTUACCION EN SU PRIMERA TRIALON AUSTRALIANA ERES LA MAS GRANDE MUCHOS BESOS CHAOOOO