Estoy esperando que Lorena salga de su clase de gimnasia. Es la segunda semana del estudio que está haciendo para ver cómo mejora su cuerpo después de 6 semanas de ejercicio intenso. Mi cometido ha sido simple: recogerla en la puerta del trabajo, llevarla hasta la puerta del gimnasio que hay al lado de la facultad de medicina y esperar. Una hora. Leo el periódico de la ciudad. Sólo las páginas pares. Las impares son anuncios coloridos que nunca sirven de nada. La casa de las mantas, los ahorros del supermercado, casas en ventas y coches de segunda mano. Las noticias son en inglés y todavía confundo algunas palabras. El propio diario se llama “The Advertiser”, que no quiere decir “el que advierte”, sino que es “el anunciante”. Un nombre muy adecuado por la cantidad de anuncios que tiene.
Estoy con el diario entre mis manos y con los auriculares metidos dentro de mis oídos. Música aleatoria para que la hora pase lo más entretenida posible. No hay nadie en la facultad de medicina. Me meto dentro de un aula de estudiantes sin nadie dentro. Reconozco los primeros acordes de la siguiente canción: “Enter Sandman” de Metallica. El sonido de la batería va incrementándose a la vez que el punteo de la guitarra. El volumen de la música parece que haya subido sin que yo haya tocado nada de mi iPod. La puerta de entrada al aula está cerrada.
Empiezo a mirar alrededor con cierta angustia.
“No tienes que preocuparte de nada. Estás en un aula de la facultad de medicina y nada malo te va a pasar”, me dice la parte derecha de mi cerebro.
“Y tú qué hace que no piensas en Lorena”, le reprocha la parte izquierda.
“Con este volumen de música es imposible concentrarse”.
“Menuda excusa barata. Yo también pienso en ella, incluso más que tú…”
Dejo a las dos partes de mi cerebro luchando entre ellos por ver quién tiene la razón, y le hago caso a otra parte importante de mi cuerpo. Me estoy meando a muerte y tengo que ir al lavabo.
Salgo del aula con la música golpeando mis oídos. Dejo el periódico encima de la mesa y me cuelgo la mochila negra en el hombro. Los pasillos de la facultad son todos iguales. Tengo que buscar el símbolo del hombre pegado a un lavabo. Las flechas son contradictorias. Una señal me manda hacia la izquierda, y cuando llego al final de ese pasillo, no hay ninguna puerta que indique que estoy en un lavabo. Sigo paseando por los pasillos vacíos de la facultad. La luz de un fluorescente parpadea en el último pasillo. Mi vejiga empieza a hablarme en chino mandarín, porque con las otras lenguas no ha tenido suerte. “Ya vamos, es que no encuentro el puto lavabo”, le digo para tranquilizarlo.
La canción de Metallica ha dejado paso a la mítica “The Number of The Beast” de Iron Maiden. “Menudas cancioncitas aleatorias me están saliendo”, voy pensando. La luz del fluorescente se apaga repentinamente. En el fondo del pasillo aparece la sombra de alguien que parece llevar un palo largo entre sus manos. Respiro hondo. “666, the number of the beast”, canta el cantante de los Maiden en mi oído.
Con decisión me acerco hasta la sombra. Giro la esquina y me encuentro con el señor que limpia los lavabos. Barba blanca, tatuajes en los brazos y tres dientes negros en la parte de arriba de su boca salen a mi encuentro. Le pregunto por el lavabo más próximo. Sin decirme nada me señala el pasillo por el que vengo. “Pero si no he visto nada allí”, le intento decir. El tipo sigue sin decir nada. Sólo levanta su mano derecha y con su dedo índice me indica la dirección del próximo lavabo. Sus uñas son largas y están completamente negras. Asiento con la cabeza y sin girarme del todo, para no darle la espalda, regreso al pasillo sin luz. El fluorescente suelta un chispazo y se vuelve a iluminar. “666, The number of the Beast”, sigue gritando el cantante de los Maiden en mi oído.
De repente aparece la señal del señor encima de una puerta que parece ser la de un lavabo. “Juraría que esta puerta antes no estaba aqui”, voy pensando antes de abrir la puerta del supuesto lavabo.
Me empiezo a sentir como si estuviese metido en una película de terror para adolescentes. Me miro al espejo al entrar al lavabo. Lo hago para demostrarme a mí mismo que no me he convertido en la tía buena que muere en la primera escena de la película. Tampoco soy el negro simpático que sabes que también va a morir en algún momento. “Soy el protagonista de la peli y no me va a pasar nada”, me voy diciendo. Termino mis funciones fisiológicas y cuando empiezo a lavarme las manos, en ese momento, entran dos asiáticos en el lavabo.
“Los asiáticos suelen morir en éstas pelis o no”, me pregunto, mientras no dejo de echarme agua en las manos. La táctica es quedarse hasta que salgan ellos. “Que sean ellos los primeros en salir, por si acaso”, voy pensando. El agua corre por mis manos y los dos asiáticos no se deciden a hacer nada. Parecen que están esperando a que yo me vaya. Quizás han venido a hacer otras cosas y les molesto. Termino de lavarme bien las manos. Me las seco con el secador de manos, que extrañamente funciona perfectamente. Por fin termina la canción de Iron Maiden. Algo extraño pasa en los auriculares de mi iPod. Por el auricular derecho sale mi canción favorita de Elton John. Por el auricular izquierdo una canción de Sepultura. “Pero si yo nunca he tenido una canción de esta gente en mi iPod”, me digo asustado. Los asiáticos me miran fijamente. “Estoy metido en una película asiática de terror- porno gay y tengo que salir de aquí cómo sea”.
Abro la puerta del lavabo con fuerza. El fluorescente del techo ilumina perfectamente el pasillo de la facultad. Miro mi reloj. Son las cinco de la tarde, pero yo dejé a Lorena en la puerta del gimnasio a las 17:15. Empiezo a notar el sudor caer por mi espalda. Respirar hondo siempre fue una buena cosa que hacer en estos momentos. Primer plano de mi cara. Una gota de sudor recorre mi frente. Tarda demasiado en llegar hasta mis ojos. “Tener tantas entradas nunca fue bueno para mantener la tensión en una película de terror”, pienso mientras la gota de sudor sigue cayendo.
Cuando la gota de sudor ha llegado a mi ceja derecha, los asiáticos ya han salido del lavabo, el señor del tatuaje ha limpiado todos los baños de la facultad y mi reloj sigue marcando las cinco en punto de la tarde.
“Me he quedado sin pilas”, me digo mientras toco los botones de mi Polar. Pitidos aleatorios que no vienen a cuento y parece que el reloj vuelve a contar los minutos hacia adelante. Los dígitos recuperan su posición a la velocidad la luz. Son las 18:25 de la tarde y Lorena debe estar a punto de salir de su clase de hoy. Busco la puerta de salida para volver a la puerta del gimnasio y recoger a Lorena, pero antes me acuerdo de que no había terminado de leer el periódico. Paso por el aula de estudiantes donde lo había dejado y allí está, en la misma mesa dónde lo dejé antes de mi aventura. Esta doblado por la misma página, pero me doy cuenta de que hay algo escrito en color rojo que antes no estaba.
“No vuelvas a utilizar a Elton John en vano. I´m watching you”.
Lanzo el periódico a la basura como si me quemasen los dedos y salgo corriendo hasta la puerta por dónde saldrá Lorena en menos de cinco minutos. La gota de sudor, ahora sí, ha llegado a mi ojo derecho.
muy bueno bro,me ha gustado mucho el final...
ResponderEliminarTerror porno-gay de chinorris jajajajajaja que grande,un libro YA!!!
ResponderEliminarCANCIONES PARA QUE TE GUSTE LOS LUNES:
ResponderEliminarElliot smith:http://www.youtube.com/watch?v=FQrhA6QtWOM
Sufjan Stevens:http://www.youtube.com/watch?v=otx49Ko3fxw
Julie London:http://www.youtube.com/watch?v=eQPiV_cauyI