Fin de la Primera Parte de las aventuras de Lorena y Sam en Australia. Si quieres saber cómo nos va:

Y ahora, ¿Cómo es el invierno en Australia?

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miércoles, 13 de abril de 2011

Lorena´s Land

Picasso dijo una vez que “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. No sé si la inspiración va a bajar a ésta playa desierta de South Australia, pero yo por si acaso, saco todo lo que necesito para atrapar éste momento. El escenario perfecto. El disfraz de escritor. La musa que se escapa corriendo con su grupo de entreno y yo me quedo absorto, mirándola, para fijarme después en la poesía  demasiado utilizada de las olas de ésta playa. Sé que este instante va a quedarse grabado para siempre en mi memoria. No es fácil sentir esto. Sentir que lo que estás viviendo en este mismo instante formará parte de la memoria del resto tu vida. La vida pasa sin atrapar estos momentos. Suceden cosas, las disfrutas, pero no te quedas quieto pensando: “Este instante se va a quedar para siempre dentro de mí”. Hoy sucede. Está pasando. Dibujo la inspiración en la arena de ésta playa desierta. Una gaviota tímida que quería posarse en la duna más alta sigue su viaje hacia otra playa. “Esta playa ya es mía", bueno en realidad es suya, y en el momento en qué lo pienso, sus alas alejan su cuerpo. No me gusta el nombre de ésta playa desierta. Ahora soy el propietario de ésta porción de arena  y puedo cambiarlo a mi antojo. A partir de éste instante se va a llamar:
Lorena´s Land.


Lo dibujo con un palo que alguien dejó sólo para que yo pusiera su nombre. Mi mala letra ha mejorado tanto, que nadie que a partir de ahora pise esta arena va a dudar de quién es la playa. No hace falta retocarlo mucho. Sólo una rama al final de la N tiene intención de molestar, pero la dejo en forma de rúbrica, de contrato vitalicio con la naturaleza, para que quede claro quién firma tu nombre.
El sol es el autentico artista de la luz ahora. Cambia cada segundo el cuadro que te regala en ésta playa. El atardecer australiano lejos de tus pasos. Sé que ahora estarás subiendo dunas mientras yo sigo sentado delante de tu playa. Me dejo llevar hasta los amaneceres que nos quedan. 
Cada mañana pienso que si te hago reír los cinco primeros minutos después de que abras los ojos, ya habré ganado la primera batalla; y que si tú me tocas la mejilla y me pides un beso, no tendré de que preocuparme el resto del día. Me miraré al espejo para asegurarme que llevo el tamaño perfecto de la barba, el que te gusta. Eso sucede casi siempre siete días después de recortármela por última vez. Mantener la misma posición en mi barba requiere cinco minutos de espejo, sin parpadear, a menos de dos centímetros de la luz que ilumina la calva que hay debajo de mi pelo. 


Así, si conseguía que te rieses antes de que pasasen cinco minutos de tener tus ojos abiertos, yo podía desear lo que quisiera. Podía conseguir que estuviésemos en un hotel de cinco estrellas dentro de nuestra habitación, para que yo mirase a la calle, cruzando los dedos para que no parase de llover debajo de nuestra ventana. El resto del mundo podía disfrutar de un sol veraniego, pero yo cruzaba los dedos con tanta fuerza que volvía a llover, y caían aguaceros con rayos y truenos, como en las películas que al final todo acaba bien, con tanta fuerza que el conserje del  supuesto hotel nos recomendaba no salir en todo el día de la habitación. Y yo le sonreía con un billete de diez dólares entre los dedos, pidiéndole que la lluvia no parase en los próximos diez años. Como si él tuviese algo que hacer con el tiempo. La pena, me decías, era que entonces los paseos marítimos de pueblos preciosos no se llenarían de turistas blanquecinos, vestidos con el mismo traje corto del año anterior, de esa gente que hacía lo imposible por clavar su bandera en el siguiente centímetro cuadrado que no estuviese conquistado; paseos marítimos llenos de flores, alimentándose del sol y del agua de una manguera que sujetaba un tipo con los ojos rojos, cerca de esas playas atestadas (o apestadas) de toallas que todavía olían a polillas. 

Dibujos de cuerpos de mujeres medio desnudas que nunca se parecían al tuyo; porque tú, desnuda, me bastabas para vivir y soñar en el mismo instante; y el resto de las horas te reías tres veces seguidas, con el pelo mojado que se pegaba en tu cara. Era cuando yo me quedaba un rato en silencio y me reñía a mí mismo por verte sólo guapa, por no escuchar lo que me contabas. Tú hablabas y yo: “Cómo puede ser tan guapa, cómo puede ser tan guapa…”, sólo eso en mi cerebro, y las plantas que había debajo de nuestra ventana empezaban a ahogarse al segundo día de lluvias interminables. A veces comíamos los restos de la cena de la noche anterior para desayunar, o pedíamos el menú de degustación del mejor restaurante del  mundo, con cuatro tenedores y cinco estrellas debajo del sombrero del chico que nos traía las bolsas del pedido a la habitación. Me quedaba sin billetes de cinco y de diez, y entonces tenía que sacar los billetes de veinte para que en nuestra ventana siguiese cayendo tormentas de mar. Las propinas parecían criticar todo lo que nosotros detestábamos, pero como te habías reído esos cinco minutos después de abrir los ojos, todo terminaba siendo superfluo, etéreo, como la espuma de una ola que no llega a la orilla y se queda anclada en medio del mar. Luego descontaba las noches que nos quedaban sin mirar el despertador y deseaba que la lluvia no sólo cayera debajo de nuestra ventana, sino que el mundo sufriese una inmensa inundación que obligase a la gente a quedarse en el sitio dónde estaba ahora. Nosotros encerrados con bolsas de patatas a punto de terminarse, galletas de chocolate, dos botellas de agua mineral y una bañera de hidromasaje llena de espuma y sales relajantes. Entonces sólo necesitaba tu risa a los cinco minutos de haberte despertado y la espuma de ésta ola, que ahora sí llega a la orilla de tu playa.


Si vuelve la inspiración por aquí, le pediré ser poeta para decirte que se pueden elegir caminos en la vida, equivocarse, acertar, tener certezas y sueños. Pero ahora tú camino va a marcar el mío. El nombre sobre la arena de esta playa que antes no tenía dueño y ahora te pertenece. Soy un privilegiado que va a seguir intentando hacerte reír cada mañana a los cinco minutos de que abras los ojos. Dime dónde quieres que sea nuestro próximo lugar y te seguiré creando países en todos los bocadillos de jamón y queso de cada desayuno.

Este blog es sólo para ti. Cada escrito, cada frase, cada palabra es para que tu sonrías. Gracias por dejar que los sueños más difíciles se hagan siempre realidad. Eres mi musa. Eres única. Eres genial.

A Lorena.

lunes, 11 de abril de 2011

04/04/11 Subiendo la segunda montaña más alta de South Australia

En dos semanas hemos pasado de estar a 9 horas y media de diferencia horaria con España, a sólo 7 horas y media. Siguiendo esa  misma proporción, en seis semanas estaríamos a una hora de diferencia de la península ibérica y nos convertíamos en la Nueva Canarias. La isla continente en dónde estamos ahora se llenaría de plátanos, las playas serían de arena negra y podríamos escalar el Teide sin miedo a que un día entrase en erupción. Por desgracia acercarse de forma horaria a Europa no equivale a estar más cerca geográficamente, con lo cual seguimos a más de 16000 kilómetros de distancia con España; no tenemos plátanos de verdad, las playas están llena de tiburones y la altura máxima que podemos escalar en una montaña no llega a los 800 metros. Hoy toca subir al Monte Lofty (719 metros): la segunda montaña más alta de South Australia.
El entreno de Lorena se traslada a la naturaleza. Los entrenadores del estudio han decidido llevárselos a todos a subir montañas para que gasten calorías. El plan parece sencillo: subes hasta la cima del Monte Lofty, te haces una foto de grupo y lo vuelves a bajar. 3 kilómetros de empinadas cuestas que nos van a dejar las piernas con agujetas el resto de la semana.

La vida del deportista dominical siempre fue dura. No es como la que llevan los profesionales del carajillo: 
10 am. Levantarse de la cama y lavarse con la punta de los dedos humedecidos, las legañas de los ojos; bajar al bar de la esquina y tomarse dos carajillos, tres cervezas y una bolsa de patatillas. A las dos de vuelta a casa y a tumbarse en el sofá después de comer. El deportista madruga. Se quita las legañas de la misma manera, pero sale de casa antes de que salga el sol.
8:20 am. Estamos buscando un sitio para nuestro Mazda 2. Tenemos que llegar al final de una carretera en donde el 3G del iPhone no funciona. Los bordes de la carretera están llenos de coches que son más madrugadores que nosotros. “Estos no se han quitado ni las legañas con los dedos”, pienso a la vez que Lorena me dice: “Mira allí están”. No nos hemos perdido.

La cima del monte Lofty nos espera. La salida es conjunta para los alumnos que se sientan más fuertes. Los flojos han salido media hora antes y a la mitad del recorrido los vamos a adelantar, porque somos unos deportistas de verdad.
Subir una montaña siempre te puede reportar imágenes maravillosas. Cascadas de agua, puentes de madera atravesando el río Murray, árboles que no dejan ver el bosque…un espectáculo que el jardinero que llevo dentro no deja de admirar. El jardinero también se fija en los pobres árboles que están muertos en medio del camino. Me siento culpable de cada árbol que está a punto de morir en el camino. Una lágrima cae cada vez que una planta es pisoteada por cualquier tipo sin escrúpulos que pasa corriendo por nuestro lado. Son tipos despiadados con músculos hasta en las arrugas de la cara. “Mira el bíceps que tengo en la arruga de mi frente”, parece que me dicen al pasar.
“Pero no pises a esa pobre planta, cabrón”, le digo al tipo con músculos en las arrugas de la cara cuando ya no me oye. Soy un jardinero con sensibilidad, que intenta no pisar ninguna planta. Diez metros después de evitar pisar plantas, hierbajos o trozos de árbol muerto, me doy cuenta de que esa no es la mejor forma de respetar la naturaleza. Lorena me lleva unos treinta metros de distancia y la estoy empezando a perder de vista. Tengo que concentrarme en la subida y dejar los sentimientos para el jardín de casa.

Ahora me fijo en la gente que baja de la montaña. Han madrugado más que nadie y ya han hecho cima. Se cruza con nosotros y voy escuchando frases sueltas que convierten el camino en un divertido entretenimiento. Recopilo frases  y convierto la subida en un relato escrito por ellos:
“Me lo encontré allí…”, dice una que pasa por mi lado.
“y el abuelo…”, suelta otra cinco minutos después.
“no dejaba de ladrar…”, escucho a otro
“Por eso tuve que sentarme…”, una mujer mayor con poco ánimo.
“al final,…”
“siempre te viene el cuñado…”
“como si fuera un león en celo…”.
La cima del Mount Lofty está a menos de 800 metros. Un último esfuerzo y lo conseguimos. Es el momento de adelantar a los compañeros de Lorena que salieron antes que nosotros. No perdemos ni a las canicas y nuestras calorías van saliendo de nuestro cuerpo en manada. Un grupo de calorías aferradas a la barriga intentan agarrarse al borde del ombligo, pero no lo consiguen. “Nos vamooooss”, van gritando cuando sus manos son incapaces de sujetarse más.
La cima está a nuestros pies. Tocamos el segundo pico más alto de South Australia y nos sentamos con el resto de compañeros, que van llegando desperdigados.
Uno de los que ha llegado junto a nosotros siempre hace la misma broma a los que van coronando.
“Tenemos dos noticias: una buena y otra mala. La buena es que ya estás en la cima. La mala es que tienes que volver a bajar”, a la tercera vez que lo escucho decir ya ha perdido la gracia. Pero como los que van llegando es la primera vez que lo escuchan siempre será gracioso. “Un día tienes que hablar de eso”, me dice el guionista.


El termómetro en la cima marca 9ºC. Fotografía completa de grupo y de regreso a la estación base. En la subida hemos quemado más de 500 calorías. Lorena se come una manzana y recupera fuerzas.
“Bajamos corriendo”, me propone.
“No hay nada que me apetezca más como correr en una montaña”, le digo. Volvemos a encender nuestros relojes y empezamos a correr. Empiezo a sentir una sensación que hacía tiempo no sentía. Disfruto de la naturaleza, de correr, me siento libre; quien no haya sentido esa sensación no sabe lo que se pierde. Por un momento me pongo en la piel de ese tipo que se pasa el día tumbado en el sofá viendo deporte en la tele o bajando los domingos por la mañana a beber alcohol sin más. Por ejemplo, el gordo inglés del otro día que es capaz de beberse 24 cervezas de una sentada viendo un partido de criquet. Seguro que debe pensar:
“Menudos frikis estos que se ponen a correr y dicen que disfrutan. Donde se ponga una cerveza más…”.
Si chaval, es mucho más cómodo estar tumbado en un sofá, o tirado en la cama rascándote las pelotas, pero tu cuerpo llegará un día que te diga:
“Hasta aquí hemos llegado. No aguanto una puta cerveza más dentro. Los porros me asquean. Las hamburguesas grasientas me aborrecen. Quiero un poco de vida sana…con menos de treinta años y aparentas 55. Levántate del puto sofá y ponte a correr”. Pero esa parte de su cuerpo que le pide vida sana no es lo suficientemente fuerte como para hacer que se levante del sofá, y el próximo fin de semana volverá a beberse un par de paquetes de seis cervezas para cenar. 

Mientras tanto nosotros buscaremos algún lugar para hacer deporte y respiraremos aire puro. Nos levantaremos temprano, nos quitaremos las legañas con la punta de los dedos humedecidos por la saliva y a correr.

domingo, 10 de abril de 2011

03/04/11 Jesucristo juega a la oca

Los fines de semana se parecen cada vez más al juego de la oca: de fiesta en fiesta y tiro porque me toca. Ayer la despedida de Gabor y hoy otra vez la fiesta de mi cumpleaños. El que será recordado como el  más largo de la historia. Empezó hace 8 días y todavía sigo celebrándolo. Para amenizar el desayuno de hoy, vamos a jugar a la oca.
Cojo el dado y lo lanzo contra la mesa de la cocina. Sale un cinco. “De oca a oca y tiro porque me toca”. No se puede tener más suerte. Avanzo hasta la casilla 9 y vuelvo a tirar. Si sale otro cinco vuelvo a caer en la oca (fiesta) y avanzo hasta la casilla 18. Lorena se aburre mientras unta la tostada con mantequilla salada.
“Neno, que los demás también juegan”, me suelta con el cuchillo en la mano.
“Es la suerte del que cumple años”, le digo mientras sale otra vez 5. “Es que es mi número”. Si saco un tres me tocan la casilla de los dados. “De dado a dado y me cuelo por tu tejado”, o algo así. Las rimas de éste tipo de juegos parecen inventadas por Gloria Fuertes (RIP). Homenaje a Gloria.

La Gallinita:
“La gallinita,
en el gallinero,
dice a su amiga
cuánto te quiero.
Gallinita rubia
llorará luego,
ahora canta:
aquí te espero...
Aquí te espero,
poniendo un huevo,
me dio la tos
y puse dos.

No creo que haya en el mundo un poema tan hipnótico y profundo como éste.
Me paso el desayuno sacando el número exacto que me lleva hasta la siguiente oca (fiesta) o dados o puente que me cruza la corriente; evito la calavera y me llevo la partida en 5 lanzamientos. Como premio: vuelvo a celebrar mi cumpleaños. “Sin pastel ni velas, que ya hace más de una semana que llegué a los…”,  en puntos suspensivos, porque llegados a una edad, un caballero tiene que mantener la compostura.

Antes de la fiesta toca entreno en bicicleta. Hay que quemar todas las calorías posibles, para que después podamos comer más. Ese el verdadero pensamiento de un deportista. Los ciclistas que salen cada fin de semana por cualquier carretera del mundo no lo hacen por amor al deporte; lo hacen para poderse comer el desayuno completo del restaurante de turno. ¿Cuántos ciclistas con barrigas enormes te puedes llegar a cruzar un sábado o domingo por la mañana? Aunque ninguno sea negro.
En mi entreno de hoy he conseguido ir en la bicicleta sin poner las manos en el manillar. Dicho así parece algo trivial y sencillo, pero a mí siempre me ha parecido algo imposible de hacer. Pedalear sin cogerme al manillar era de las cosas más difícil del mundo; al mismo nivel que doblar la sábana bajera de la cama (cosa que me está enseñando a hacer Lorena), o saber cuándo tengo que decir “What the hell!”
Después de quemar 527 calorías sobre la bicicleta sin cogerme al manillar, nos tocaba preparar la comida para la cena de ésta noche. Lorena y yo formamos un equipo tan conjuntado en cualquier aspecto de la vida, que terminamos de preparar las ensaladas, el adobo de la carne, de cortar la fruta en dados para después cubrirlos de chocolate fundido, de colocar platos, vasos  y demás, una hora antes de que empiecen a llegar nuestros invitados. 
Nos sentamos en el sofá y me da por pensar que al final no va a venir nadie. Que mi cumpleaños ya pasó hace más de una semana y Lorena me ha preparado ésta fiesta sorpresa.
“¡Sorpresa! No va a venir nadie; pero somos capaces de preparar todo esto en menos de una hora. ¿No te sientes orgulloso? Ahora lo guardamos todo en la nevera y ya está, esta era tu sorpresa”, eso es lo que pienso que va a decirme Lorena de un momento a otro, pero justo cuando estoy a punto de preguntarle si no va a venir nadie, llaman a la puerta. Los chicos no nos han fallado y ya están todos aquí. Mel, Tom, Luca, Muireann, Jarrad, Regis, y más tarde vendrán nuestros amigos argentinos Maxi y Mariana. El grupo completo, y nosotros felices de tenerlos en casa.
La barbacoa está a punto. No he hablado mucho de ella, pero hoy va a ser parte importante de nuestra cena. Encenderla. Calentar la superficie. Colocar la carne encima y que se vaya haciendo lentamente. Lo que viene siendo el trabajo duro de una barbacoa que hoy también ha funcionado como estufa. El otoño australiano ya ha llegado. Hay que ponerse chaquetas, abrigos y demás capas de ropa para no congelarse en el jardín.

Después de embadurnar trozos de naranja, kiwi, plátano y uvas en chocolate deshecho, es el momento de jugar. Tenemos barajas de carta para volver a jugar a “coge una carta y bebe…en mi culo”, pero preferimos no hacernos alcohólicos y tener que acabar dentro de un centro de rehabilitación, sentados en una silla y levantarnos cuando sea nuestro turno para decir:
“Hola, me llamo Sam y soy alcohólico…anónimo no, porque me acabo de presentar. Sólo alcohólico, por culpa de un juego de cartas en dónde uno coge una carta y entonces…”
“Muy bien Sam, ya. Aquí de lo que se trata es de decir “hola y tu nombre”. Nada más. O has visto en alguna película que alguien diga algo más. Vamos, siéntate y deja hablar a tu compañero de tu derecha”.

No quiero terminar de esa manera. Así que el juego de hoy va a ser mucho más instructivo.
“Qué personaje famoso soy yo”. Este juego trata de que tu compañero de la derecha escriba un personaje famoso en un trozo de papel y te lo pegue en la frente. El nombre que tienes pegado en tu frente eres tú. Los demás verán quién eres, pero tú no sabes quién eres. Explicado así parece que necesito una sesión más de “Alcohólicos Anónimos”, pero espero que la esencia del juego la hayáis pillado. Tienes que ir haciendo preguntas a los demás sobre tu personaje para adivinar quién eres. Sobre ti. Con un ejemplo siempre se entiende mejor
“¿Soy un hombre?”,
“Si”.
“Soy Adolf Hitler”.
“Coño, cómo lo sabes. Sí, sí, te adivinaste y has ganado el juego”.
De ésta manera adivinas quién eres tú en una sola pregunta, cosa realmente difícil. Lo normal es ir haciendo preguntas y fallar. Cuando aciertas, sigues preguntando; si fallas, pasa tu turno.
“¿Estoy vivo?”
“No”.  Le toca el turno al siguiente.
Mi personaje ocupa toda mi frente. Lorena me rapó el otro día los cinco pelos que me hacían de cresta y ahora tengo más espacio para mí mismo.
“¿Soy un artista?”,
“No”.
Mierda. Sólo acerté que era un hombre, con lo cual estoy bastante perdido. El resto de personajes van despegándose de la frente de los demás. Me estoy quedando el ultimo en adivinar quién soy. En la mesa del jardín estamos sentados: Sarkozy, Homer Simpson, Barbie, Lady Gaga, el Che Guevara (Lorena), Hitler, Spok (de Star Trek), Mick Jaguer y yo. Que todavía no sé quién soy.
“¿Soy del siglo XX?”
“No”.
Otra vuelta sin acertar. “Mi personaje debe ser un desconocido que sólo conocen cuatro gatos”, voy pensando.
“¿Han hecho películas sobre mí?”
“Sí”, contestan todos.
“Bueno, eso está bien”, digo, mientras pienso la siguiente pregunta.
“¿Soy un artista?”,
“Que ya te dijimos que no”.
Los demás no se apiadan del anciano del grupo. Soy el mayor y exijo un poco de condescendencia.
“Venga, otra pregunta, que estás mayor”, terminan dejándome preguntar otra vez. Ser el viejuno tiene sus ventajas.
“¿Soy un rey?”, afino la puntería.
“Bueno, una especie de rey”, me contestan.
Enseguida me viene a la cabeza el Rey de España, pero hasta lo que sé, sigue vivo y pertenece al siglo XX. Aunque últimamente no haya tenido noticias suyas.
Me voy por las ramas preguntando si he sido rey en Europa, América o cualquier otro continente. No tengo suerte. El resto de la mesa ya ha adivinado su personaje y sólo yo  tengo la frente tapada con un papel. Por un momento pienso en no adivinarlo nunca. De esa original manera tendría parte de mis entradas tapadas, pero hay que terminar el juego.
“Venga, qué tú lo sabes todo y seguro que te adivinas”, me dicen en forma de pista.
“Soy Dios”. No puede ser. Después de tantos encuentros con dioses falsos, al final me he convertido yo  mismo en Dios.
“Bueno, eres Jesucristo; casi podemos dártelo por válido”. 
 
Me despego el papel y allí estoy, siendo Jesucristo el día de mi cumpleaños. Tengo que obrar de la misma forma que hizo él. No sé por qué motivo me viene a la cabeza el pobre Lázaro.
“Lázaro, levántate y anda, que son más de las doce de la noche y mañana el Che y yo tenemos que madrugar”.
Como hijo de Dios que soy, el resto de comensales de la cena de mi cumpleaños me hacen caso, se levantan y se van. Antes nos tomamos unas cuantas Coopers más; Hitler y Homer Simpson se terminan una botella de Chivas de 12 años. Lady Gaga quiere adoptar hijos en vez de tenerlos de forma natural. Mick Jagger juega muy bien a la petanca y Sarkozy le quita la piel a las alitas de pollo que salen de la barbacoa antes de comérselas. Barbie y Spok se marchan juntos de la fiesta como dos enamorados. El Che Guevara, que siempre fue guapo, hoy brilla más que ningún día, y yo, como creador de todo esto, me despido hasta mañana. Si Dios (yo) quiere.

sábado, 9 de abril de 2011

02/04/11 Las camisetas de Custo no son para el invierno (V.O.S.E)

Hay gente que debería llevar subtítulos cuando habla inglés conmigo. Como una nueva aplicación del iPhone, por ejemplo. Te colocas al lado de la persona con la que vas a entablar una conversación y lo escaneas. (Me estoy metiendo en una película del futuro).
Click. Escáner de cerebro y lenguaje del tipo que tengo delante de mí. Ñiiiick (Ruido de iPhone escaneando). “Fin del escáner. Este chino necesita subtítulos”, me saldría en la pantalla del iPhone. Busco la opción en mi iPhone: “Colocar subtítulos en la barriga del chino”. Aprieto el botón y al instante le salen los subtítulos en la camiseta del chino que tengo delante. Elijo idioma en el que quiero que salgan los subtítulos: español o inglés, cómo si estuvieras en una película en versión original. Estoy perrete y le doy a la opción “español”. Para qué le voy a hacer al cerebro que trabaje más de la cuenta.
Esta sería una fácil aplicación que el señor Jobs no debería dejar de colocar en la siguiente versión de su iPhone 4G o 5 gamma. El chino se presenta:
“My name is Chin Chun”,
Y yo leo en su camiseta: “Mi nombre es José García”.


Apretón de manos y nos empezamos a conocer. Estudias o trabajas, cuánto tiempo hace que estás aquí, cómo se  llama tu perro (esto siempre es importante saberlo por si se te olvida la contraseña de la aplicación; a modo de pregunta recordatorio). Claro que con esta aplicación necesitarías llevar camisetas con pantallas táctiles que tuviesen un convenio con Apple para que la comunicación fuese fluida. Vuelvo un momento a mi aplicación del futuro en el iPhone y buscamos una marca puntera en el mundo de la moda. Resulta que Custo Barcelona es un visionario  y es el primero que ve futuro en esas camisetas para iPhone.
“Nos tenemos que aliar con Apple y hacer las mismas camisetas horteras que hacemos ahora, pero le ponemos una pantalla con conexión directa al iPhone y los clientes nos van a pagar  una pasta por el simple hecho de llevar la movida táctil”, sería la frase final de Custo en su reunión mensual con sus accionistas.
Hecho. Ya tenemos la marca de camisetas que  va a comercializar la aplicación en los iPhone del futuro. Publicidad a nivel mundial. Hay que hacer un anuncio moderno en la televisión para promocionar el último grito. Fondo blanco. Luz. Una playa. Ibiza. Camiseta de flores de Custo dentro de un guiri cachas. Chica en bikini que quiere conocerlo (en el futuro las chicas son las que tienen que ligarse al tío, se acabó el rollo de que el hombre siempre sea el pringado que tiene que romper el hielo). La chica está buena, pero no tiene ni idea de inglés. El cachas tiene un acento escocés difícil de pillar, pero se parece a Ewan McGregor. Le dice algo que ella no entiende. La chica del bikini saca su iPhone de la cuerda de su tanga y lo escanea. El nuevo iPhone es extra delgado. Salen los subtítulos en la barriga del cachas. En cirílico. Sonrisa de ella como diciendo “uy, qué tonta soy, me he equivocado de idioma”, la chica no se entera todavía de cómo van muchas de las aplicaciones de su nuevo iPhone. Le va dando a teclas aleatorias de la pantalla. Subtítulos en chino, árabe, coreano y finalmente en español (o el idioma en dónde se emita el anuncio. Es un anuncio que se va a ver en todos los países del mundo, en distintos idiomas y hay que hacer diferentes versiones, pero ese no es nuestro problema ahora). El cachas se mira su barriga. Primer plano de la frase: “Antes de que me lo preguntes: ni estudio ni trabajo”. Sonrisa de la chica, que es la quinta que le ha entrado esa mañana al cachas escocés y él está harto de escuchar de todas las anteriores la misma pregunta. En el futuro cambian los roles, pero no las preguntas. El ligoteo será igual de hortera que las camisetas de Custo. Fondo en blanco. Frase final en donde salen juntos los logotipos de Apple y Custo Barcelona. Los publicistas en éste punto del anuncio no se ponen de acuerdo con la frase final y hay diferentes versiones “Change your rules”. “Cambia tu forma de comunicarte”. “Que el idioma no sea una barrera”. “Apple y Custo conectan al mundo: tus noches ya no serán solitarias”. El sexo siempre vende. La chica se lía con el cachas escocés gracias a su iPhone con aplicación de subtítulos  y la vida en el futuro será mucho más fácil.


Yo vuelvo a mi conversación con el chino. Es entretenida hasta que se le gastan las pilas alcalinas que hay dentro de la pantalla de la camiseta.
“Error 414. Esta frase no tiene traducción aproximada”. Lo leo y le doy una palmada en la espalda. “Hasta aquí nuestra conversación, chaval. Me voy a por otro que tenga una camiseta Custo con otro tipo de energía  y pueda leerle los subtítulos”, el mundo necesita gente con energía inagotable. Inventemos una camiseta sin pilas alcalinas o mejor aún: “Por qué no te compraste una de las camisetas de la nueva temporada, que tienen un pequeño reactor nuclear en la etiqueta”, le preguntaría antes de irme de su lado. A  éstos chinos hay que decírselo todo.

Todo esto puede pasar en un futuro, pero lo que me pasó el viernes por la noche fue distinto. Era la despedida de Gabor, un chico húngaro que ha estado casi un año en el instituto Ian Wark dónde trabaja Lorena, haciendo unos experimentos para terminar sus estudios en Budapest. Se le terminó su tiempo en Australia y tiene que volver a casa.
Nos ha invitado a su despedida en casa de unos amigos suyos. Entre ellos estaba el chino de los subtítulos en la barriga, que como tenía frío, se puso un jersey encima y ya no pude entender qué demonios me estaba diciendo. Sé que se llama José García y poco más.  “Perdona, pero no he pillado tu última frase”, le dije al chino cuando se puso el jersey. La conversación se rompió y yo me quedé callado, sentado en una silla, viendo como la gente se emborrachaba por la tristeza de despedir a Gabor.

Lo primero que se ve al entrar a la casa es una mesa de billar con tapete azul. Nunca me apeteció jugar tanto al billar como esa noche. El resto de invitados bebe cualquier cosa que no sea agua y habla sin subtítulos. Mi inglés de hoy está por los suelos. Lorena habla con una polaca con cara de rusa que conoce al amigo del hijo de un primo del fundador de Coopers (la marca de cervezas de South Australia) y yo me tomo una Pale Ale a su salud. La polaca no ha dejado de beber coñac. Me invita a un trago y sólo de olerlo mi mente viaja al futuro. Otra vez estoy en el  mundo de las camisetas Custo. Todos llevamos una camiseta suya puesta. Ha desaparecido el Zara, Mango, Dolce y Gabanna, la ropa del Carrefour. El mundo viste Custo y tiene un iPhone 5 gamma en su bolsillo. No hay problemas de comunicación porque todos llevamos los subtítulos incorporados.
Hay un tipo inglés que vive en la casa que no ha dejado de beber cerveza. Según sus propias palabras es capaz de beberse de una sentada 24 botellas de Coopers en una noche. “Un six pack, cuatro veces”, dice. La calculadora de mi iPhone 5 gamma hace el cálculo por mí: 6 x 4= 24. De una sentada. Casi nada.
El aroma del coñac es alucinante. Le pido a la polaca que me deje otra vez su copa. “Sólo quiero olerla un poco”, le digo, porque noto que el efecto de la esnifada anterior  ha empezado a desaparecer. Pero ya no tiene coñac. Lo ha cambiado por una copa de whisky y el efecto no es el mismo.
“Boo, esto no me gusta”, le devuelvo su vaso y sigo mirando a la gente de la despedida de Gabor.
El chino se ha levantado de su sitio para jugar una partida de billar contra sí mismo. Pierde porque es muy riguroso con las reglas del juego. “He perdido. La primera bola que he metido a sido el 8 negro”, vuelve abatido y se sienta junto a la polaca. Los dos beben para olvidar. La fiesta debió seguir regada con alcohol y partidas de billar individuales. Las camisetas de Custo no son para el invierno australiano y nadie las lleva puesta en el momento que Lorena y yo decidimos marcharnos a casa.


Gabor está emocionado. Le ha hecho mucha ilusión que le acompañemos en su última noche australiana y nos despide en la puerta de la casa con los ojos vidriosos.
“Bueno chicos, muchas gracias por venir. Cuando paséis por Hungría ya sabéis que tenéis un amigo…”, toda la emoción que es capaz de crearte un vaso de alcohol se derrame en nuestros ojos. Nos aguantamos las lágrimas y nos damos un abrazo de grupo (de tres) para desearle un feliz regreso a casa.

viernes, 8 de abril de 2011

01/04/11 El jardinero de Otway Crescent

El señor Elders estaba un día sentado encima de una pila de estiércol y pensó: “Tengo que dejar está mierda de trabajo”. Su rutina consistía en transportar un montón de mierda de cerdo de un sitio a otro. No quería pasar el resto de su vida en ese sitio. A pesar de eso, ese día el aroma de la mierda hizo que su pituitaria diese un giro de 360º, le plantó al cerebro una propuesta de negocio millonario y la parte arriesgada de su lóbulo derecho dijo si.
“Voy a convertirme en agente inmobiliario”.
Unos meses después creó la Agencia Inmobiliaria Elders. Compró terrenos que se dedicaban a generar estiércol y empezó a construir casas en South Australia. Una de las casas que construyó la inmobiliaria Elders está en 5 Otway Crescent de Mawson Lakes. Hace unos meses la vimos, nos gustó y aquí estamos, viviendo en una de las casas que el señor Elders construyó.


La semana pasada recibimos una carta de la inmobiliaria Elders. Nos decía que de acuerdo con las exigencias regulares de inspecciones y demás mandangas, el próximo día 1 de abril vendrían a inspeccionar el estado de la casa. Es usual en ésta parte del mundo, que cualquier agente de la inmobiliaria con la que tienes el contrato de alquiler, se pueda pasar por tu casa para ver qué tal la estás cuidando. Nuestros amigos australianos nos avisaron de que podrían ser muy quisquillosos y mirar en cualquier rincón de la casa: abrir el horno por si hay cocinándose un canguro, mirar debajo de cama por si tienes juegos eróticos o dentro de los armarios por si hay algún cadáver…esas cosas que todos podemos tener guardado en nuestra casa.
Así que toca limpieza general. Me pongo el mandil, la cofia de criada y empiezo a repasar cada esquina de la casa. Habitaciones, comedor, cocina, todo queda impoluto después de 4 horas de intenso trabajo. Los electrodomésticos han estado a la altura. La aspiradora ha tragado tanto polvo que empieza a tener síntomas de alergia después de limpiar la cocina. Es una gran putada, pero gracias a “Dirt Devil” (el aspirador de mano), los últimos rincones del comedor se han podido hacer. La casa reluce. He hecho un buen trabajo. Pero todavía queda la parte que tengo más descuidada: el jardín.
Ozito vuelve a la carga. Está listo para comerse hasta el último gramo de hierba. Lo noto lleno de energía, pero en realidad es una pose falsa que enseguida descubro.
“¿Qué tal colega?”, le enchufo los dos alargos de diez metros y lo empiezo a pasear por el jardín.
El césped está demasiado alto. Ozito no contesta. La primera impresión de alegría se transforma en pesadumbre.
“Esto no va bien, Sam”, la voz de Ozito suena triste.
“Eh, tú “ese” otra vez funciona”, le digo contento.
“Va, deja ese tema ya y vamos a lo que importa. Cuando venga mañana la tipa de la inmobiliaria, va a notar que este jardín es un desastre, y me siento culpable”.
“Ozito, no es culpa tuya. Ya sé que la hierba no hay que dejarla crecer tanto, y que la Familia Abeto sigue igual de jodida…”
“Si, pero mi cometido en la casa es que el césped del jardín esté perfecto. Y mira esas calvas, y esas malas hierbas de ahí…”
“Mira para lo de las calvas tengo un remedio, colocamos hierba cortada encima y ya está…”
Ozito me dice que eso de cortar hierba y colocarla en los huecos del jardín es como los calvos que no asumen su calvicie, que se dejan el pelo largo de un lado para tapársela. Cuando haga viento ese pelo volverá a su sitio y se les va a ver la calva.
“Con el césped superpuesto en los agujeros pasará igual; en cuanto sople el viento se llevara esos trozos de hierba y dejara en evidencia la calva”.
Ozito es un lince. Eso me recuerda a un jefe que tuve hace años. Al abrir la puerta de su despacho, el viento que producía el cambio de presión con el exterior hacía que corriese tal cantidad de viento que sus cuatro pelos estratégicamente colocados se iban al garete. Entonces él me miraba con rabia y parecía decirme con la mirada: “cabronazo, ojala te quedes tú calvo y quieras taparla de la misma forma que hago yo”, por suerte nunca le hice caso.
Terminamos el jardín con el deber cumplido. Hay hierbas salvajes en los laterales de la casa, pero no creo que la inspección se fije en eso. Ozito cree que debería ponerle más atención al jardín. No le hago caso, porque llega el momento de la visita de la agente de la inmobiliaria Elders.
10:45 am.
Tres golpes secos en la puerta de casa anuncian su llegada. Son ellos. Abro y me encuentro a la chica de la agencia, el señor Elders y el mayordomo de la tele. Con su algodón en la mano. Vienen con ganas de descubrir algún resquicio de suciedad. El señor Elders me da la mano y empieza a contarme la historia de su vida. Los años duros del estiércol, el momento de inspiración encima de aquel montón de heces de cerdo…La verdad es que no me importa demasiado seguir escuchando lo que me dice. Para que piense que le estoy escuchando, le hago el truco de la mirada fija y el mmm mmm con la cabeza diciendo que si. El mayordomo de la tele se ha traído dos rollos de algodón. Pasa un trozo por cada parte del lavabo, por cada esquina del salón, por cada rincón de las habitaciones. Esta alucinado. “Todo perfecto, señor”, le dice al señor Elders. Mientras tanto la chica de la agencia se ha ido directamente al jardín. Los cuervos se están comiendo a unos bichos pelota que no consiguieron marcharse antes de que Ozito les pasase por encima. Las moscas esperan su turno y una mariposa blanca se posa en el abeto más débil. La naturaleza delante de nuestros ojos dibuja una acuarela de emociones sutiles…
“Este jardín esta hecho una mierda”, me suelta la chica de la agencia en mi momento poético del día.
“Cómo”.
“No tenéis jardinero, o qué”
“Es que nuestro jardinero es un poco…nuevo en éstas cosas”, le suelto para no desenmascararme.
“Pues deberíais cambiarlo ya. El césped está lleno de calvas. Mira, el tío se dedica a colocar césped encima, el viejo truco”
“Vaya tela…”, le digo negando con la cabeza.
“Y las malas hierbas que hay alrededor de la casa. Es un puto desastre. Quién es recomendó a éste jardinero, por Dios”, la chica de la agencia está perpleja. “Mira tenéis un Ozito, cómo yo”, dice al pasar junto a Ozito.
“Así crees que deberíamos cambiar de jardinero, ¿no?”, le pregunto.
“Por supuesto, es un fraude. Seguro que os cobra una pasta. Ya os pasaré la tarjeta del mío, que me tiene el jardín de casa alegre, alegre”, me dice con una sonrisa pícara.
“Pues sí, voy a tener que despedirlo ya. Debe ser que nos vio nuevos en la zona y se aprovechó de nuestra buena fe”, la mentira va creciendo.
“Hay mucho jardinero inútil en este mundo de Dios”, la chica se gira hacia el señor Elders, que le está contando al mayordomo sus inicios en el mundo inmobiliario. “Y con éstas manos construí todas éstas casas… me acuerdo del olor del estanque…”.
“Se pasa el día así. Contando la maldita historia de su vida. Hoy me ha tocado acompañarlo. Suele ir cada día con un agente diferente, para no aburrirse”, me dice la chica de la agencia en voz baja.
“Bueno, pobre hombre, debe estar orgulloso de sus inicios”, le digo.
“Pobre hombre. No te imaginas la pasta que tiene el viejuno. Está podrido de dólares; sin mujer, sin hijos…A veces me da por pensar unas cosas, porque estoy casada, que si no…”.
La chica de la agencia me da una copia de las cosas que tenemos que mejorar en casa.
“Lo único que tenéis que hacer es cambiar de jardinero. El resto de la casa está perfecta”.
“No te preocupes que te haremos caso”, le digo antes de despedir a los tres en la puerta de casa.
“Ya te enviaré a mi jardinero”, dice la chica.
“Encantado señor Elders, increíble su historia”, le digo al viejo Elders a la vez que le estrecho la mano.
“Si tú supieras…”, mientras dice esto, el mayordomo le da un par de golpes en la espalda para que se dirija al coche.
“Dígale a la ama de casa que está haciendo un gran trabajo”, me dice el mayordomo.
“Ya…”, no creo que venga a cuento ahora decirle que la ama de casa y el jardinero es la misma persona.

Cierro la puerta y entro en casa con un doble sentimiento: soy buena ama de casa, pero muy mal jardinero. Son las 12:13:14, uno de esos números simpáticos que me regala a veces mi nuevo reloj Polar. En España la hora no es tan simpática, pero es casi capicúa: 3:43:43. Seguid durmiendo, que yo voy a hablar muy en serio con el jardinero.

jueves, 7 de abril de 2011

31/03/11 La estrella del deporte

Tengo que elegir mi próximo personaje antes de que el árbitro pite el inicio del partido. O soy ojeador de futuras estrellas del deporte; o soy periodista del diario local que suele ir a los conflictos armados de Oriente Medio, pero que hoy le ha tocado ir a narrar un partido de Escoba Ball para la radio “Channel To Be”; o soy el representante de Lorena, con lo cual  los presidentes y magnates rusos que la quieran contratarla para su equipo, tienen que hablar conmigo. Difícil elección que me supone una duda existencial. Si tuviese a mano un libro del filósofo rumano E.M.Cioran, lo abriría por cualquier página y me aprendería de memoria la primera frase que leyesen mis ojos. Intento buscar en mi memoria de juventud alguna de las frases suyas que leí. Revuelvo entre los desechos olvidados de cosas que pudieron ser y no fueron, y encuentro una frase existencial que habla de la vida:
 "El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única, en realidad". E.M.Cioran.
Si no queréis perder el tiempo leyendo algo superfluo como mi blog, ir a cualquier biblioteca y tomar prestado cualquier libro de Cioran. Si no entendéis nada de lo que dice, es que vais por buen camino.

La frase me ha dejado preparado para el reto de las próximas dos horas. Lorena no lo sabe, pero hoy su entreno será más largo de lo normal. Tendrá que jugar dos partidos: el primero, uno de Escoba Ball (que ya os explicaré de qué trata), y luego un partido de Fútbol. Esta dentro de la quinta semana de entrenos de su estudio y hoy los profesores quieren que sus pupilos gasten 2000 calorías en una sesión doble.


Los entrenos se han trasladado hoy a un parque enorme de las afueras de Adelaide. El Oval Park. Hay decenas de gente corriendo alrededor del campo donde Lorena va a empezar a jugar su primer partido de Escoba Ball (o Lacrosse, para los puristas). El juego consiste en llevar una Escoba en la mano (o palo con red en la punta) e intentar coger una pelota de goma con la red de tu escoba, luego vas pasándole la pelota a tus compañeros y tienes que intentar meterle goles al equipo contrario. La portería son dos conos amarillos con una separación de unos tres metros. Lorena esta en el equipo Rojo, que llamaremos Lorena´s Friends. El equipo Azul será hoy los Lorena´s No Friends. Es el momento de elegir un personaje para mí. A partir de ahora soy el narrador del encuentro para la “Cadena To Be” y mi cometido es narrarlo para vosotros.
“Partido de la máxima rivalidad entre dos de las potencias mundiales en Escoba Ball. Los líderes del campeonato, Lorena´s Friends, se enfrentan a su máximo rival (los No Friend´s) en la lucha por el título de campeón del mundo. Hay un saque de honor antes del inicio del partido por parte del jugador que se acaba de retirar, Jimi “limpiador” Smith, que totalmente emocionado, coge su escoba azul, recoge la pelota de goma del césped y la lanza al segundo graderío. La gente aplaude emocionada…”Gooool en La Condomina…”, me interrumpe la voz chillona de un compañero que está narrando un partido de fútbol en España. El fútbol siempre es más importante que los deportes minoritarios. “Goool en Carrusel Deportivo….”.

Mientras terminan de narrar el gol del Alcoyano al Murcia, creo que es el momento de convertirme en otro de los personajes que he creado para mí. A partir de ahora voy a ser el representante de Lorena.
El partido está siendo totalmente controlado por el equipo rojo. Lorena marca el tiempo del partido. Recoge la bola, la pasa al compañero desmarcado, señala a quién hay que marcar. “Terri, vigila al de la escoba azul, al del bigote”, Lorena controla el partido. Lo hace perfecto. Justo en ese momento, tres tipos vestidos de traje se acercan hasta mí. Tienen pinta de magnates rusos. Se podrían llamar Tururovich, Abrapovich y Lennin III. El más viejo de los tres se mantiene al margen. Los otros dos se acercan fumando un habano apestoso que inmediatamente les digo que apaguen.
“Respeta a los deportistas”, les digo sin dejar de mirar a mi representada.
Me preguntan si yo también estoy buscando llevarme a la nueva estrella mundial del Escoba Ball.
“Yo no soy ojeador. Soy el representante de Lorena”, les suelto sin mirar a ninguno de los dos. Soy un verdadero representante duro. De cojones.
“Ohh, es la número uno”, me dice el más alto de los dos.
“Lo sé. No está en venta”, por supuesto se lo digo sin mirarle. Empiezo a ser hasta un poco mal educado.
“Todos tenemos un precio. Tenemos mucha pasta para gastarnos en ella”, ahora habla el bajito, que se ha quitado las gafas oscuras con la lentitud de una película francesa.
No digo nada. Sigo mirando lo bien que lo hace mi chica. “Muy bien, Lore”.
“Nuestro Big Boss se ha encaprichado de ella, dice que éste es el deporte del futuro y que no hay ninguna como ella para convertirla en la próxima estrella…”
“Mira tío, que no. La número 1 se debe a sus colores y no va a cambiar de Escoba por mucho dinero que le deis”, mi forma de conseguir un contrato millonario no tiene igual. Ahora seguro que ellos me van a plantar un cheque en blanco y no sé qué voy a decirles.
Como sigo mirando fijamente al campo, no me fijo en qué les está diciendo el Big Boss a sus pupilos, pero se despiden de mí sin que me hagan ninguna oferta en serio. Mi orgullo toma el mando y no deja que me rebaje: “Lorena se debe a su color rojo y a su Escoba”. Los tres magnates rusos desaparecen del campo de juego a la vez que termina el partido, y yo me quedo sin contrato millonario para Lorena. No tengo ni idea de cuál ha sido el resultado, pero por la sonrisa de ella, sé que han ganado el campeonato del mundo de Escoba Ball.

El Alcoyano ha vuelto a marcar otro gol en el campo del Murcia, y mis compañeros del estudio central, siguen sin darme paso. No importa. Ahora es el momento del partido de fútbol y me voy a convertir en ojeador de futuras estrellas.
Lorena se pone la camiseta roja y sus compañeros ya saben que la sangre española va a hacer que ella sea la estrella del partido. Como saben su potencial, quieren que esté en todas partes. Empieza siendo la portera. Casillas Lorena para todos los balones que vienen a su portería. Sus reflejos son tan veloces que las manos llegan antes al balón de que el tipo chute la pelota. Adivina la dirección de cada disparo, nadie es capaz de marcar un gol. Pero su equipo necesita un defensa que mande la pelota hacia arriba. El entrenador del equipo le dice que salga de la portería  y haga de Piqué. Si ella es Piqué, yo soy Shakira;  así que las miradas de los corredores que pasan por mi lado, se van irremediablemente a mis caderas. “Estos corredores pervertidos”, pienso en mi momento de diva del pop mundial. Pero yo lo que de verdad vengo a hacer es de ojeador. Un par de tipos con gorra negra, gafas de sol y camiseta de marca se ponen a mi lado. No dejan de mirarme el culo, así que le digo al entrenador que ponga a Lorena a hacer de Iniesta y las cosas irán mejor para todos.
Los tipos son dos ojeadores australianos que vienen en busca de carne fresca.
“¿Representas u ojeas?”, es la pregunta típica en este mundo. Como el “estudias o trabajas” de cuando ibas a ligar.
“Ojeo”, le contesto.
“Me imagino que vienes a por la de rojo”, suelta el que lleva la voz cantante del dúo.
“La toca como nadie”, le digo sin saber muy bien a qué me estoy refiriendo.
“Creo que es española y puede jugar de lo que quiera. Sería el fichaje del año en nuestra liga”, el cantante del dúo sigue hablando. El otro mueve los dedos como si estuviese jugando al “Air Guitar”.
Lorena está haciendo ahora de Villa y marca el gol del empate para su equipo. Debería pedir conexión con el estudio central para narrar el gol, pero el Alcoyano le está dando una paliza al Murcia, y acaba de marcar el tercero.
Los ojeadores australianos se maravillan del juego de Lorena. Ahora ha vuelto a ser Piqué y ha cortado un balón peligroso en defensa. Me toca cantar algo.
“Waka waka…this time for Africa”, muevo las caderas un poco y vuelvo a la conversación de ojeador.
“Lo siento por vosotros, pero ya tengo un precontrato con mi club. Habéis llegado tarde”, y les saco la hoja con mi aprobado de inglés del IELTS, que siempre llevo encima. Lo hago rápido para que se piensen que es el precontrato con Lorena, y se marchan cabizbajos hacia otro campo de fútbol.
“Lo siento chicos”, me despido de ellos.

El partido entra en su recta final. Vuelve a ser mi turno como locutor de radio.
“Último minuto en el Oval de Adelaide, y sigue el empate a dos…Iniesta Lorena coge la pelota en medio del campo, regatea a uno, a otro…Dios mío, lo que está haciendo Lorena con los contrarios, va a marcar, Lorena va a marcar…”.

Si esto fuera una película de Hollywood, la imagen se vería en cámara lenta. Veríamos a Lorena a punto de disparar con su pierna derecha el gol de la victoria, se quitaría la camiseta roja para celebrarlo y todos estaríamos tan felices…pero a mí no me gustan las películas de Hollywood. Así que Lorena se acerca a la portería, levanta su pierna derecha, apunta hacia la portería contraria, chuta con toda su fuerza y la pelota sale rozando el poste derecho.
“Oooohhh”, gritan todos los compañeros, las gradas, los comentaristas de radio, la señora que pasea a su nieto en un carrito Vintage. La realidad es a veces así de dura. Lorena ha marcado los dos goles de su equipo, ha parado todos los balones cuando hacía de portera, ha despejado cada pelota cuando era Piqué, pero no ha podido marcar el gol de la victoria. Los grandes del deporte no son invencibles. O Nadal ha ganado alguna vez el Open de Australia; o Michael Jordan sabe jugar a la petanca.

Nos vamos a casa cogidos de la mano. Creo que si hoy tengo que elegir un personaje para mí, voy a quedarme con la diva del pop. Piqué me acaricia la mejilla y yo le canto al oído el estribillo de su canción favorita: “Hips don´t lie”.