Recibo una llamada de Lorena en el tren de regreso a Mawson Lakes desde la ciudad.
“Hola…”, la noto feliz
“Hola, amore... Qué tal”, le digo sonriendo
“Hola, qué tal…”, me repite picara.
“Yo muy bien, y tú…”, intento poner una voz insinuante, la de un tipo que lleva trabajando en la radio de madrugada desde hace 20 años, pero parezco la mala traducción de un actor porno aficionado.
“A que no sabes cómo estoy”, Lorena tiene ganas de adivinanzas.
“En pelotas, estirada en la cama, con ganas de…”,
“Córtate, neno, que estoy con gente”, me dice rápido Lorena.
“Estás locamente enamorado de mi y no puedes esperar más para decirme que me quieres con locura”, bajo el tono; paso al amor cuando estaba pensando en otra cosa.
“Bueno, eso también, pero es por otro motivo”.
“Te encuentras mal y estás en casa”, le digo ahora preocupado.
“No, pero si te he dicho que estaba en el curro”.
“Estás hambrienta y quieres que te prepare una cena espectacular y temática en donde cada plato represente un edificio modernista de Barcelona”, le digo cruzando los dedos, porque no me imagino de qué manera tendría que representar La Pedrera de Gaudí. Quizás en chocolate.
“Mmm, no sería mala idea, pero no. Oye, por cierto, espero que esta conversación no la escribirás en el blog. Que la gente ya empieza a saber demasiadas cosas sobre nuestra intimidad”.
“¿Yo?. Ni de coña. ¡Cómo voy a escribir esto!. Parece que no me conoces. Contar esto…”, para qué nos vamos a engañar; ha llegado un punto en nuestra vida en Australia que la intimidad ha dejado de ser del todo intima.
La gente del tren habla de sus cosas. Estoy delante de uno de esos tipos peligrosos que llevan tatuajes que le salen por debajo de la camiseta. Él no habla con nadie. Las dos señoras que casi pierden el tren y se han sentado junto a mí, hablan de los programas que vieron anoche por televisión. Lorena habla con sus compañeros de trabajo y yo escucho al otro lado del iPhone, sin hablar con nadie. La voz de Lorena suena demasiado divertida desde mi oreja derecha. No sé por qué, pero siempre que hablo por teléfono, me lo pongo en la misma oreja. Si algún día me quedase sordo, espero que sea de la oreja izquierda.
Noto que el tipo de los tatuajes me mira de reojo. Como sigo esperando a Lorena a que termine de comentar lo que sea con sus compañeros, me da por hacer un rato de niñato.
“Oye, neno, un momento, no me cuelgues que estoy hablando con las chicas de una cosa y ahora te cuento”, me dice de repente la voz achispada de Lorena.
“Muy bien. Es que tengo un tipo chungo delante que le sale un cuerno por la camiseta”, el "muy bien" lo ha escuchado Lorena perfectamente, el resto de frase se la digo yo al tipo peligroso de enfrente. Sé que me la juego. Nunca sabes si alguien puede entender lo que dices en español. El tipo no se inmuta. Es mi tiempo de diversión.
“Si, y tiene cara de borriquito como tú, tururú”, suelto al vacío que hay entre la conversación de Lorena con sus compañeras, el tipo peligroso que está enfrente mía y mi iPhone.
Sigue sin inmutarse. Le miro a los ojos y el tipo me aguanta la mirada.
“Claro, si, si, pero es que me está mirando con cara de sepia y ojos de besugo”, al oír besugo, Lorena me pregunta que con quién estoy hablando.
“Nada, nada, perdona. Qué me decías”, le suelto a Lorena mientras el tipo del tatuaje recibe una llamada en su móvil.
“Qué estoy con las chicas y hemos decidido hacer una quedada en el bar, para intentar liar de una vez a Regis con Céline. Y llevamos un par de cervezas y estoy un poco taja”, me dice Lorena.
“Ahora entiendo las risas de antes, nena”.
“Es que con el dolor de cabeza de ésta mañana, llevo un par de Ibuprofenos, y mezclar nunca fue bueno. Churriiii, cuándo vienes para aquí”, me dice en voz alta. Mezclar nunca fue bueno.
“Llego en diez minutos”, le digo. Nos despedimos con exaltadas muestras de cariño y cuando Lorena ya ha colgado, simulo que todavía estoy hablando con ella y suelto el estribillo de la canción de Sabina que estaba escuchando antes de la llamada.
“Fue en un pueblo con mar, una noche después de un concierto… tu reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto…ale, aburiño que no es gerundio”, y después de hacer un rato el niñato, cuelgo el teléfono, me levanto de mi sitio y voy hasta la puerta de salida, por si acaso el tipo del tatuaje ha entendido alguna de mis estupideces y me pide una explicación, que no sabría darle.
Llego al bar donde están las chicas. Lorena me saluda enérgicamente desde su sitio. Hay más de 10 cervezas en la mesa y todos sonríen menos quien lo tiene que hacer. Saludo al grupo y me uno a la fiesta de tarde.
“No quieres una cervecita”, me dice Lorena sonriente.
Regis y Celine están mohínos. La táctica de la cerveza no ha conseguido emborracharlos y siguen sin atreverse a decirse que se gustan. Cada uno se va para su casa y el primer intento de liar a los franceses ha sido un fracaso. En la cara de Lorena puedo ver que está tramando un nuevo plan.
“Mañana, éstos dos se lían”, me dice, nos cogemos de la mano como una pareja de enamorados y nos vamos a casa. Mañana os cuento qué pasó.
Menos mal que tenia que ser secreto!!!jijij... Me encanta!!! enterarme de todo lo que os pasa por tierras Australianas!! :D .. besitosssss
ResponderEliminarqueremos mas,queremos mas,queremos mas.....
ResponderEliminarSois la monda, menuda,no conocía esa faceta de Lorena haciendo de Cupido. Sigues haciendo que me ria. mami
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