Fin de la Primera Parte de las aventuras de Lorena y Sam en Australia. Si quieres saber cómo nos va:

Y ahora, ¿Cómo es el invierno en Australia?

http://yahoracomoeselinviernoenaustralia.blogspot.com/

jueves, 24 de marzo de 2011

17/03/11 Cosas que a veces pasan en la piscina

Llego tarde a la piscina de Adelaide. Hay centenares de coches aparcados por los alrededores del centro y no sé dónde voy a dejar mi Mazda 2. Hoy en la piscina hay campeonato estatal de jóvenes promesas y es imposible aparcar el coche a menos de un kilómetro del centro acuático. Yo lo he aparcado a diez metros de la puerta, porque una señora muy simpática, con pinta de abuela que viene a animar a sus nietos y que le estaba guardando el sitio a su marido, se ha cansado de esperarlo y me ha dicho que lo meta yo en el hueco en dónde estaba plantada para que no aparcase nadie.
“Este tío es más lento que las bolsas del picnic”, he entendido que decía la señora. Igual se refería al caballo del malo, pero  los dichos en cada país tienen sus normas. Yo, por si acaso no la he corregido, se lo he agradecido y he dejado el coche tan cerca de la entrada que podía escuchar a las madres chillar hasta el desmayo a sus hijos.
“No te dejes ganar por ese gordo zampabollos”, decía una.
“Cuelga las botas y deja de nadar, memo”, gritaba otra.
Las madres suelen ser demasiado viscerales cuando se trata de animar a sus hijos en competiciones deportivas. Cada paso hacia la entrada del vestuario servía para escuchar algún improperio más grave que el anterior. Los pobres niños saltaban a la piscina medio llorando y con cara de “no me quiero quedar sin postre en los próximos diez años si pierdo ésta carrera”. Los castigos si eres un perdedor son siempre trastornos que te acompañan el resto de tu vida. Me pongo el bañador, el gorro verde fosforito y voy hacia la piscina.

“¡Por el zampabollos no!, que no te gane el zampabollos, joder”. La yugular de la señora, una gorda con el pelo mal teñido de rubio, estaba a punto de explotar. El pobre niño (el zampabollos) iba primero destacado en lo que parecía eran los 50 metros mariposa. El estilo mariposa del niño zampabollos es majestuoso. Yo todavía soy incapaz de dar cuatro brazadas seguidas en estilo mariposa sin desencadenar un desastre en la otra parte de la piscina. Las gradas del centro acuático están a rebosar. La señora de la yugular sigue desgañitándose para que su hijo no pierda ante el niño zampabollos. Faltan pocos metros. El aleteo majestuoso del niño criticado por la señora mal teñida llega en primera posición. Las gradas explotan de júbilo y yo con ellos. Ha ganado el mejor. El hijo de la señora es el último en tocar la pared de llegada. Sus ojos son tristes, esta decaído y se va a quedar sin postre el resto de su vida. Lo compadezco.


Quizás estoy en un momento histórico para la natación australiana y estoy delante del nuevo Ian Thorpe. El ganador de los 50 metros mariposas se cuelga su medalla de oro en el pecho y se acerca hasta la señora de la yugular a punto de explotar.
“No sea tan malo con su hijo. Mis padres me dan cada noche el postre especial que yo quiera y mire, soy un gordo zampabollos feliz que ha ganado la carrera. Si quiere que su hijo lo haga mejor la próxima vez, no le prohíba el postre”, este maravilloso momento pastel, de película de sábado por la tarde en Antena 3, cuando el niño con problemas supera sus limitaciones, gana el campeonato estatal (o encesta la última canasta en el último segundo del partido, o hace el Touch Down del último partido de fútbol americano o besa a la protagonista guapa que nunca le hizo caso, o… bueno, ya me entendéis a qué momento me refiero), todo este momento, ha sido retransmitido por la pantalla gigante que hay en medio de la piscina olímpica del centro acuático de Adelaide. Las gradas estallan otra vez de júbilo y gritan un cántico que suena como si estuvieran diciendo: “Ea ea ea, el gordo se cabrea”; eso es lo que yo pienso que dicen, pero seguramente estén diciendo algo más interesante.


Mi gorro verde fosforito está en el borde de la piscina dedicada a los saltos de trampolín. La cámara de televisión que está retransmitiendo el evento parece un punto de luz que persigue cualquier cosa interesante que pase entre carrera y carrera. No sé si lanzarme al agua para nadar mis metros del día o quedarme en el borde y ver qué pasa.
“Beso, beso, beso…” grita la grada. Primer plano de  una pareja de abueletes en la pantalla de la piscina. Esto cada vez se parece más a una película de sobremesa. El gorro verde fosforito que soy, se gira hacia la pantalla. “Beso, beso, beso…”, la señora me suena. “Coño, es la que me dejó aparcar el coche”, me digo sonriendo. El señor que tardó demasiado en aparcar el suyo e hizo que su mujer me dejará aparcar el mío, coge la cabeza de la señora, con fuerza, la ladea y le planta un beso de tornillo con lengua saliendo de la boca de ambos que escandaliza al resto de público.
“Oooohhhh…”, aclama la grada en una extraña mezcla de asco y satisfacción que nunca había escuchado. La cámara sigue enfocando el beso espectacular del viejo a su señora. Primer plano en picado. Los brazos de la señora simpática empiezan a aletear cómo si estuviera dentro de la piscina nadando también al estilo mariposa. Parece que el beso se está excediendo del tiempo necesario. El señor no suelta la cabeza de su mujer. La sigue besando. Los brazos de la señora simpática aletean cada vez con menos intensidad.
“Creo que la está matando de un beso de tornillo”, me da por pensar. “Seguro que el tío está hasta los cojones de aguantarla y ha pensado que esta es la mejor manera de acabar con ella”, pienso.
“La ahogo con un beso de tornillo, delante de todo el estado que esté viendo la televisión y puedo alegar que fue por muerte natural…”, parece pensar el viejo. La mente de los asesinos es un complejo entramado de neuronas malvadas que están preparadas para hacer el mal en cualquier momento.
Los brazos de la señora dejan de aletear. El público sigue alargando el “ooohhh” como si estuvieran asistiendo al beso de película más romántico de la historia del cine.
Nadie se está dando cuenta de que estamos ante un asesinato en primer grado con alevosía. Yo me siento en cierta medida culpable de desencadenarlo todo. “Si no hubiese metido mi coche en el lugar donde estaba esperando la señora a su marido, seguro que no se hubiese enfadado con él, y entonces no hubiesen tenido una discusión que ha desencadenado en éste momento… creo que la he liado parda”, me digo, recojo la bolsa de la piscina, la toalla y me quito el gorro verde fosforito. Me voy al vestuario a cambiarme de ropa y salgo de allí pitando.
En las gradas del centro acuático de Adelaide, el “oooohhhh” que suena ahora, parece un: “la mujer no respira, que venga un vigilante de la playa y la reanime, por dios, que la perdemos” muy desesperado.

Son las 13:30 en algún lugar de South Australia (no quiero dejar pistas de mi paradero por si alguien me culpa de algo) y en cualquier casa de España a las 4:00 de la madrugada, que nadie utilice un beso de tornillo que no sea para despertar a su pareja y hacerle el amor. Nada de pensar en otras cosas.

4 comentarios:

  1. TEORIA CHUNGA:porque la gente rechoncha es tan buena nadando o al menos tan rapida,me explico:me considero mal nadador y en la piscina casi siempre coincido con la misma gente y si te fijas la gente que nada mas y mas rapido son "zampabollos"(sin faltar el respeto)
    SO WHAT MEN???

    ResponderEliminar
  2. Por ciert ola mujer murio o no??que bonitas las gafas de nadar BRO!!!

    ResponderEliminar
  3. Pregúntale cuánto costaron las gafitas, va, pregúntale... ya pueden ser buenas!
    :op

    ResponderEliminar
  4. SAM yo como dice LORENA tendriamos que saber cuanto cuestan las gafitas porque la verdad que son chulas y referente a la pareja del beso de tornillo tendrian que darte las gracias ati porque a partir de aparcar tu coche en el sitio que le guardaba la señora al marido su relacion
    empezo a mejorar Y EL GORDITO BRABO POR EL
    BESOS PARA LORENA Y ABRAZOS PARA TI
    CHAOOOOOO

    ResponderEliminar