Estoy metido en un Déjà vu del que no voy a salir en las próximas dos horas. No tengo pastillas de colores en los bolsillos, ni la roja del recuerdo, ni la azul del olvido. Tengo que decidir yo solo qué camino elegir. Qué puerta abro. Qué piso elijo. Qué botón aprieto.
Me meto en un edificio que ya conozco. El botón número 4 del ascensor sigue siendo el más desgastado de la fila. Lo aprieto sabiendo que me voy a encontrar de nuevo con lecciones que ya aprendí. Suspense en el sonido de los cables que sujetan el ascensor. Subo. La puerta del ascensor se abre. Vuelvo a estar en la sala de espera del centro SACE. La chica de la recepción no ha cambiado. Las revistas encima de la mesa siguen desordenadas, con fotos de gente famosa que yo no conozco. Una rubia con tetas enormes y un moreno con abdominales tan profundas como los pensamientos de Nietzsche. Me siento en el sofá y saludo a la representante de todo esto. Vuelven las clases de inglés gratis en Waymouth Street 47 – 49.
O qué os pensabais que era Keanu Reeves a punto de meterme en el mundo Matrix. No. He vuelto a las clases de inglés en el centro dónde estuve apuntado hace un par de meses. El año pasado, cuando vivíamos en un mundo par. Ahora estamos en un mundo impar (2011) y en el año del conejo. Si ningún cazador le pega un tiro antes de diciembre, éste año se va a pasar corriendo.
Tengo la posibilidad de elegir que mi déjà vu sea completo. Para los que no sepan qué es un déjà vu, busco la definición en Wikipedia que te lo cuenta todo:
Déjà vu: Experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva.
Me meto dentro de mi déjà vu. La cara de la profesora es nueva. Me imagino que para ella cada mañana es la misma, desde que se reconoció por primera vez un día hace treinta y tantos años. “Esta voy a ser yo los próximos años de mi vida”, se diría la niña de pocos años que ahora está empezando a darnos la lección. Y cada mañana que se mira al espejo es con la misma cara que a mí me parece nueva.
La primera parte de la lección me la sé. Sé que ahora toca escuchar una serie de monólogos introductorios de personas que nos van a contar cosas importantes sobre su vida.
“3024: En esa casa nací yo. En Cork, en el sur de Irlanda y mis abuelos siguen invitándonos a pasar allí los veranos”, dice uno de los personajes de la lección. Luego vendrá el tipo que le gusta salir los lunes por la noche de fiesta, y más tarde la chica que echa de menos a su amiga Eileen, que vive en San Francisco.
“Estoy atrapado en el tiempo, como Bill Murray, y tengo la posibilidad de acertar todas las preguntas que antes fallé”, le dice la parte izquierda de mi cerebro a la parte derecha. La parte derecha está pensando todo el día en Lorena, así que no me da conversación. La parte izquierda sigue entonces su monólogo:
“Me podría convertir en el sabihondo de la clase y levantar todo el rato la mano, demostrando mi excelsa preparación académica: señu, señu, yo me la sé, yo me la sé: pero resultaría prepotente, aburrido y yo nunca fui así”. La profesora nos pregunta entonces qué fecha dice Peter que ha sido importante para él. La parte derecha de mi cerebro hace levantar mi mano derecha para digamos que el 12 de agosto de 2010, pero se me adelanta una coreana listilla que dice que para Peter la fecha importante fue el 6 de junio, porque es el cumpleaños de sus dos abuelos.
Ya no tengo que luchar por ser el repelente niño Vicente. Ahora me siento como un repetidor de curso que a pesar de haber escuchado ya la lección, no es lo suficientemente rápido en contestar preguntas fáciles.
Debería relajarme para intentar que la lección repetida se asiente dentro de mi cabeza.
Las dos horas de clase pasan como si estuviéramos en el año de la tortuga. Dentro de dos semanas me van a dar un diploma con mi nombre mal escrito, nos iremos a tomar unas cervezas a un pub de la ciudad y me haré amigo en Facebook de tres o cuatro personas a las que posiblemente no volveré a ver más en la vida. Tengo que conseguir una pastilla azul antes de empezar cada lección para olvidar lo que ya sé y que todo sea nuevo para mí. Me acerco a la recepcionista y le pregunto si tienen alguna de esas pastillas.
“¿Pastilla azul para olvidar?”, me responde sorprendida.
“Si la famosa pastilla azul para olvidar…lo vi una vez en una película…”, le digo titubeando.
“Yo la única pastilla azul que conozco es la que se toma mi marido cada sábado por la noche”, me dice con sonrisa pícara.
“Ah, I got it”, y me doy la vuelta sonriendo, sin dejar de mover la cabeza afirmativamente. Me despido de ella y bajo los cuatro pisos del centro por las escaleras, porque la mejor manera de seguir teniendo una mente ágil y activa es manteniendo el cuerpo en movimiento.
No voy a tomarme ninguna pastilla para olvidar nada. Cuando mañana vuelva a sentir la sensación de déjà vu, me conecto a la parte derecha de mi cerebro y pienso en Lorena. Que con eso soy el tipo más feliz del mundo.
Hora: 13:34 en Adelaide, y en San Francisco, dónde vive Eileen, todavía son las 19:04 de ayer.
muy buen relato bro,como le sacas punta a todo....
ResponderEliminarde la clase de ingles al mundo matrix,muy bueno bro
http://www.youtube.com/watch?v=0UTKnEN3gqE
ResponderEliminardecidme que no es una cancionzaca,ayer la escuche de nuevo y flipe!!!!