Fin de la Primera Parte de las aventuras de Lorena y Sam en Australia. Si quieres saber cómo nos va:

Y ahora, ¿Cómo es el invierno en Australia?

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sábado, 9 de abril de 2011

02/04/11 Las camisetas de Custo no son para el invierno (V.O.S.E)

Hay gente que debería llevar subtítulos cuando habla inglés conmigo. Como una nueva aplicación del iPhone, por ejemplo. Te colocas al lado de la persona con la que vas a entablar una conversación y lo escaneas. (Me estoy metiendo en una película del futuro).
Click. Escáner de cerebro y lenguaje del tipo que tengo delante de mí. Ñiiiick (Ruido de iPhone escaneando). “Fin del escáner. Este chino necesita subtítulos”, me saldría en la pantalla del iPhone. Busco la opción en mi iPhone: “Colocar subtítulos en la barriga del chino”. Aprieto el botón y al instante le salen los subtítulos en la camiseta del chino que tengo delante. Elijo idioma en el que quiero que salgan los subtítulos: español o inglés, cómo si estuvieras en una película en versión original. Estoy perrete y le doy a la opción “español”. Para qué le voy a hacer al cerebro que trabaje más de la cuenta.
Esta sería una fácil aplicación que el señor Jobs no debería dejar de colocar en la siguiente versión de su iPhone 4G o 5 gamma. El chino se presenta:
“My name is Chin Chun”,
Y yo leo en su camiseta: “Mi nombre es José García”.


Apretón de manos y nos empezamos a conocer. Estudias o trabajas, cuánto tiempo hace que estás aquí, cómo se  llama tu perro (esto siempre es importante saberlo por si se te olvida la contraseña de la aplicación; a modo de pregunta recordatorio). Claro que con esta aplicación necesitarías llevar camisetas con pantallas táctiles que tuviesen un convenio con Apple para que la comunicación fuese fluida. Vuelvo un momento a mi aplicación del futuro en el iPhone y buscamos una marca puntera en el mundo de la moda. Resulta que Custo Barcelona es un visionario  y es el primero que ve futuro en esas camisetas para iPhone.
“Nos tenemos que aliar con Apple y hacer las mismas camisetas horteras que hacemos ahora, pero le ponemos una pantalla con conexión directa al iPhone y los clientes nos van a pagar  una pasta por el simple hecho de llevar la movida táctil”, sería la frase final de Custo en su reunión mensual con sus accionistas.
Hecho. Ya tenemos la marca de camisetas que  va a comercializar la aplicación en los iPhone del futuro. Publicidad a nivel mundial. Hay que hacer un anuncio moderno en la televisión para promocionar el último grito. Fondo blanco. Luz. Una playa. Ibiza. Camiseta de flores de Custo dentro de un guiri cachas. Chica en bikini que quiere conocerlo (en el futuro las chicas son las que tienen que ligarse al tío, se acabó el rollo de que el hombre siempre sea el pringado que tiene que romper el hielo). La chica está buena, pero no tiene ni idea de inglés. El cachas tiene un acento escocés difícil de pillar, pero se parece a Ewan McGregor. Le dice algo que ella no entiende. La chica del bikini saca su iPhone de la cuerda de su tanga y lo escanea. El nuevo iPhone es extra delgado. Salen los subtítulos en la barriga del cachas. En cirílico. Sonrisa de ella como diciendo “uy, qué tonta soy, me he equivocado de idioma”, la chica no se entera todavía de cómo van muchas de las aplicaciones de su nuevo iPhone. Le va dando a teclas aleatorias de la pantalla. Subtítulos en chino, árabe, coreano y finalmente en español (o el idioma en dónde se emita el anuncio. Es un anuncio que se va a ver en todos los países del mundo, en distintos idiomas y hay que hacer diferentes versiones, pero ese no es nuestro problema ahora). El cachas se mira su barriga. Primer plano de la frase: “Antes de que me lo preguntes: ni estudio ni trabajo”. Sonrisa de la chica, que es la quinta que le ha entrado esa mañana al cachas escocés y él está harto de escuchar de todas las anteriores la misma pregunta. En el futuro cambian los roles, pero no las preguntas. El ligoteo será igual de hortera que las camisetas de Custo. Fondo en blanco. Frase final en donde salen juntos los logotipos de Apple y Custo Barcelona. Los publicistas en éste punto del anuncio no se ponen de acuerdo con la frase final y hay diferentes versiones “Change your rules”. “Cambia tu forma de comunicarte”. “Que el idioma no sea una barrera”. “Apple y Custo conectan al mundo: tus noches ya no serán solitarias”. El sexo siempre vende. La chica se lía con el cachas escocés gracias a su iPhone con aplicación de subtítulos  y la vida en el futuro será mucho más fácil.


Yo vuelvo a mi conversación con el chino. Es entretenida hasta que se le gastan las pilas alcalinas que hay dentro de la pantalla de la camiseta.
“Error 414. Esta frase no tiene traducción aproximada”. Lo leo y le doy una palmada en la espalda. “Hasta aquí nuestra conversación, chaval. Me voy a por otro que tenga una camiseta Custo con otro tipo de energía  y pueda leerle los subtítulos”, el mundo necesita gente con energía inagotable. Inventemos una camiseta sin pilas alcalinas o mejor aún: “Por qué no te compraste una de las camisetas de la nueva temporada, que tienen un pequeño reactor nuclear en la etiqueta”, le preguntaría antes de irme de su lado. A  éstos chinos hay que decírselo todo.

Todo esto puede pasar en un futuro, pero lo que me pasó el viernes por la noche fue distinto. Era la despedida de Gabor, un chico húngaro que ha estado casi un año en el instituto Ian Wark dónde trabaja Lorena, haciendo unos experimentos para terminar sus estudios en Budapest. Se le terminó su tiempo en Australia y tiene que volver a casa.
Nos ha invitado a su despedida en casa de unos amigos suyos. Entre ellos estaba el chino de los subtítulos en la barriga, que como tenía frío, se puso un jersey encima y ya no pude entender qué demonios me estaba diciendo. Sé que se llama José García y poco más.  “Perdona, pero no he pillado tu última frase”, le dije al chino cuando se puso el jersey. La conversación se rompió y yo me quedé callado, sentado en una silla, viendo como la gente se emborrachaba por la tristeza de despedir a Gabor.

Lo primero que se ve al entrar a la casa es una mesa de billar con tapete azul. Nunca me apeteció jugar tanto al billar como esa noche. El resto de invitados bebe cualquier cosa que no sea agua y habla sin subtítulos. Mi inglés de hoy está por los suelos. Lorena habla con una polaca con cara de rusa que conoce al amigo del hijo de un primo del fundador de Coopers (la marca de cervezas de South Australia) y yo me tomo una Pale Ale a su salud. La polaca no ha dejado de beber coñac. Me invita a un trago y sólo de olerlo mi mente viaja al futuro. Otra vez estoy en el  mundo de las camisetas Custo. Todos llevamos una camiseta suya puesta. Ha desaparecido el Zara, Mango, Dolce y Gabanna, la ropa del Carrefour. El mundo viste Custo y tiene un iPhone 5 gamma en su bolsillo. No hay problemas de comunicación porque todos llevamos los subtítulos incorporados.
Hay un tipo inglés que vive en la casa que no ha dejado de beber cerveza. Según sus propias palabras es capaz de beberse de una sentada 24 botellas de Coopers en una noche. “Un six pack, cuatro veces”, dice. La calculadora de mi iPhone 5 gamma hace el cálculo por mí: 6 x 4= 24. De una sentada. Casi nada.
El aroma del coñac es alucinante. Le pido a la polaca que me deje otra vez su copa. “Sólo quiero olerla un poco”, le digo, porque noto que el efecto de la esnifada anterior  ha empezado a desaparecer. Pero ya no tiene coñac. Lo ha cambiado por una copa de whisky y el efecto no es el mismo.
“Boo, esto no me gusta”, le devuelvo su vaso y sigo mirando a la gente de la despedida de Gabor.
El chino se ha levantado de su sitio para jugar una partida de billar contra sí mismo. Pierde porque es muy riguroso con las reglas del juego. “He perdido. La primera bola que he metido a sido el 8 negro”, vuelve abatido y se sienta junto a la polaca. Los dos beben para olvidar. La fiesta debió seguir regada con alcohol y partidas de billar individuales. Las camisetas de Custo no son para el invierno australiano y nadie las lleva puesta en el momento que Lorena y yo decidimos marcharnos a casa.


Gabor está emocionado. Le ha hecho mucha ilusión que le acompañemos en su última noche australiana y nos despide en la puerta de la casa con los ojos vidriosos.
“Bueno chicos, muchas gracias por venir. Cuando paséis por Hungría ya sabéis que tenéis un amigo…”, toda la emoción que es capaz de crearte un vaso de alcohol se derrame en nuestros ojos. Nos aguantamos las lágrimas y nos damos un abrazo de grupo (de tres) para desearle un feliz regreso a casa.

1 comentario:

  1. HOLA SAM estamos arreglados entre el cachas y sobre todo la modelitodel biquini no se puede uno centrar en el trabajo pero tendremos que seguir con el comentario-lo del chinito muy simpatico mientras tubo pilas -y del HUNGARO que decir solo
    que le balla bonito en su tierra BESOS PARA LOS DOS CHAOOO

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