Fin de la Primera Parte de las aventuras de Lorena y Sam en Australia. Si quieres saber cómo nos va:

Y ahora, ¿Cómo es el invierno en Australia?

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lunes, 4 de abril de 2011

28/03/11 El Toro Español

Siempre me gustaron más los números pares que los impares. Por eso no me apetece cambiar de edad. Estoy a gusto con los 36 y pasar a tener 37 me da un poco de pereza. Aunque si sumo 3 y 7 el resultado es 10. Y diez siempre será par hasta que se demuestre lo contrario. Mientras todo esto pasa en mi cabeza, Lorena me quiere dar una sorpresa por el día de mi cumpleaños. Si miro la fecha en la que me va a dar la sorpresa, por mucho que nosotros estemos por delante del resto del mundo en cuestiones de horarios, todavía estamos dentro del día 27. Otro día impar, en el que esta vez su suma no da 10. Lorena acaba de terminar su primer triatlón y ya es toda una mujer de hojalata (Tinwoman). Si todo lo que dijeramos fuera literal, al tocarla con los dedos, su tacto sería frio y metálico, pero sigue siendo de carne y hueso; caliente y suave, cosa que me alegra. Claro que yo también he terminado el mismo triatlón y también sería de hojalata (Tinman). Igual elijo a otro personaje que no sea el hombre de hojalata y me convierto en el espantapájaros sin miedo de “El mago de Oz”. Así ella puede ser la niña del cuento, que nunca debía quitarse los zapatos y tenía que llegar hasta la Ciudad Esmeralda siguiendo el camino de las baldosas amarillas. Pero la sorpresa no está relacionada con el mago de Oz.
“Te voy a llevar a un restaurante español que me han recomendado”, me dice antes de salir de casa.
El restaurante español se llama “El Toro Español”, y la recomendación viene de parte de dos franceses, una irlandesa y un australiano. Por muy amigos nuestros que sean, las dudas por saber si realmente será un buen restaurante español son muy grandes. Además el nombre del restaurante no nos da muchas esperanzas.
“Pues vamos al Toro Español”.

Semaphore es un suburbio de Adelaide que tiene playa. Allí es dónde está el restaurante “El Toro Español”. Esta mañana hemos pasado cuatro veces por la misma carretera; primero para ir al Triatlón, luego para volver a casa y las dos siguientes en busca de mi mono perdido en la carretera. Me imagino que un tipo que paseaba por el borde del arcén vio mi mono tirado en medio de la carretera, se acercó a él, lo acarició y se lo llevó a casa para cuidarlo bien. Lo habrá lavado, colgado en una cuerda y el día que le dé por probárselo, le apretará tanto en las pelotas que lo volverá a tirar a la misma carretera. Entonces, coincidirá que ese día estaremos yendo nosotros por esa carretera y me volveré a encontrar con mi mono de triatlón para que vuelva a mi lado: (cosas más raras se han visto). Mientras se seca mi mono en la cuerda de ese tipo despiadado, aparcamos nuestro Mazda 2 en Semaphore Road. El Toro Español está en el número 39A. En el 39B hay una tienda de bicicletas. Miro a través del escaparate y me parece ver mi mono colgado en una cuerda al fondo de la tienda.
“Estás entrando en una paranoia de yonqui a la inversa: has perdido el mono y quieres recuperarlo. Deja que el mono se vaya, déjalo ir…sé agua, mi amigo”, me dice mi conciencia anti drogas.
“Maldita parte aburrida del cerebro”, le contesta la parte adictiva de mi cabeza.
“Qué te parece el sitio”, me dice Lorena de sopetón haciendo que vuelva a la realidad.
“Creo que esta allí colgado…ah, el restaurante, parece que está bien”.

Entramos en el bar y lo primero que vemos es una camiseta de la selección española de fútbol firmada por todos los jugadores. Las firmas las podría hacer cualquiera, porque no dejan de ser garabatos aleatorios en forma de firma sin nombre. Pero nos creemos que después de ganar la copa del mundo en Sudáfrica, los jugadores hicieron escala en Semaphore, se tomaron un pincho de tortilla y cogieron otro avión para volar hasta España. El comedor principal está completo. Un camarero con perilla se acerca hasta nosotros y nos dice que no nos preocupemos: “Hay sitio en otra sala”. Le seguimos y abre una puerta que nos hace pensar que estamos en un restaurante típico español. Cuadro de torero dando un capotazo a un toro de 500 kilos, negro zaino, bragado y de cuernos bien armado. Una pintura del puerto de Cadaqués, otra de un pueblo de Asturias y la camiseta de Iniesta enmarcada. Por supuesto es la camiseta con la que marcó el gol de la victoria en la final contra Holanda. El sitio tiene un caché muy alto.


Después de cinco meses aquí sin ir a un restaurante dónde puedas comer comida española, El Toro Español empieza a tener buena pinta. La carta contiene todas las tapas que te tomarías en cualquier bar de Logroño, en la calle Perejil. Croquetas, bravas, pulpo, tortilla de patatas, pimientos, jamón de pata negra, pollo al ajillo…Le recito a Lorena la carta como si yo fuese el camarero, con la cadencia adecuado y un poco de acento de Cádiz. Estamos en Logroño, pero soy un camarero gaditano que ha emigrado a la Rioja para ganarse la vida. Lorena no me hace caso, y le pide nuestras tapas al camarero australiano que viene cinco minutos después.
“Croquetas, tortilla, pollo al ajillo, una de bravas, jamón serrano, queso manchego y dos Sidras El Gaitero”, le suelta Lorena al camarero reserva. El titular soy yo, pero pasa de mí.
El camarero es un lince y nos pregunta inmediatamente.
“Sois españoles, verdad”. Debe ser por el acento de Lorena, que al sentirse como en casa se le ha iescapado un poco el deje gallego. Mi acento es totalmente australiano, de Cádiz.
“Oh, es un honor, teneros aquí”, el camarero empieza a sentir vértigo. “Dos españoles en mi restaurante; hay que hacerlo bien”, debe pensar mientras nos cuenta su pequeña historia de por qué tres australianos montaron hace cuatro meses un restaurante español.

Los dos propietarios son australianos. Tienen perilla, están rapados y son muy amables con nosotros. No voy a decir que tienen pintan de gais porque no viene a cuento, pero estoy convencido que les encanta el cine de Almodóvar, les gusta Mónica Naranjo y creo que me hacen morritos cada vez que me preguntan si quiero algo más. Ninguno de ellos ha estado nunca en España pero desde siempre sintieron que tenían que abrir un restaurante español. La abuela del cocinero es española y es la que le ha enseñado todo lo que sabe. La música es horrenda, pero la tercera vez que vienen a preguntarnos cómo está todo, nos preguntan:
"¿Qué os parece la música? Me la bajé por Internet; es buena y española, ¿verdad?”. El camarero de perilla número 1 cree que estar escuchando a Bisbal, Bustamante, Merche o La Oreja de Van Gogh es buena música. “Muy buena, muy buena”, le miento porque yo en lo que realmente estoy pensando es en la comida: el pollo al ajillo está cojonudo, el jamón está para llorar, las croquetas se salen y la tortilla de patatas está rica. La música es un truño pero no todo va a ser perfecto.


Estoy a punto de arrojar después de tanto comer. Pero todavía me atrevo con un postre y medio. Pido una crema catalana y me como medio helado de vainilla con chocolate que ha pedido Lorena. Los camareros se alternan y nos atienden estupendamente. Nos traen una copa de sangría con un toque de canela que está muy buena. Después de una velada perfecta, romántica y española, en donde Lorena está más guapa que nunca (si a estas alturas eso fuera posible), viene el momento delicado de la noche.
“Nos puedes traer la cuenta, por favor”, le dice Lorena.
El camarero asiente con la cabeza, pero después de más de un cuarto de hora no viene nadie. Son casi las nueve de la noche y el restaurante debe estar vacío. Nadie viene a traernos la cuenta.
“Igual tenemos que ir a pagar allí”, me dice Lorena.
“Seguramente, pues vamos”, le contesto a la vez que me levanto.
Justo en ese instante viene el camarero número 1 y nos trae una tapa de aceitunas.
“Tomad, para que…para vosotros”, el camarero nos deja claro que esta esperando que le paguemos y nos vayamos, pero lo quiere hacer de una manera fina. Y qué mejor que después de los postres, traerte una tapa de olivas. Yo con sólo verlas me entran más ganas de arrojar, pero aguanto. Lorena le da las gracias, pero un minuto después nos levantamos y vamos a pagar. El restaurante por supuesto está vacío. Las sillas encima de la mesa, los camareros limpian los vasos y nosotros nos disculpamos por el equívoco.
“Es que en España es normal pedir la cuenta y que te la traigan a la mesa”, les explica Lorena.
“Lo sentimos mucho”, le digo yo, que se note que también sé hablar.
Nos disculpan y les prometemos que volveremos más veces a nuestro primer restaurante español en Australia. El Toro Español tiene nuestro aprobado. Alto.

5 comentarios:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=U1FJvOP_6qw&feature=related para los que ya tienen una edad....

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  2. COMO SIEMPRE LORENA GUAPISIMA!!!OLEEEE LOS TOREROS GüENOS!!!!!

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  3. hola SAM nose si la comida seria buena ono pero por lo menos el nombre del restaurante es curioso
    y mucho mas en AUSTRALIA que pena que los dueños
    no fuesen de CADIZ O DE VIGO HA SAMUEL estoi de
    acuerdo contigo LORENA esta GUAPISIMA BUENO como
    siempre FELICIDADES BESOS PARA LOS DOS CHAOOO

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  4. K guay encontrar un restaurante español!!!dios que ganas no ? de comer otra vez comida decente??jejeje... pero lo importante? cuanto subio la cena??? tanto como aki o no??? besitoossss

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  5. Pues nos cobraron 90$ (65.6€) por 4raciones (pollo al ajillo, bravas, tortilla y croquetas), una tabla de jamón serrano y queso manchego con olivitas, una crema catalana, un helado y dos sidras. Así que estupendamente!!

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