07/02/11 El fotógrafo de los atardeceres

El presente no existe, sólo hay pasado y futuro. El presente existe un único segundo, si consiguiésemos parar el tiempo, ese instante, ese segundo sería el presente el resto de tu vida. Pero estamos determinados siempre por lo que ya ha pasado, o por lo que tiene que pasar. Párate un momento y piensa:”Esto es el presente”, pero cuando has terminado de decirlo, de pensarlo, ya ha pasado y lo que viene después, lo que te imaginas que va a pasarte el siguiente segundo, eso es futuro.

Pues en éstos pensamientos absurdos estaba metida mi cabeza contra la almohada cuando decidí que en el pasado había sido fotógrafo de atardeceres para la revista local de Mawson Lakes.

Pasado:

“Mira chaval, tú te dedicas a perseguir atardeceres por el estado y nosotros te damos un dinero por las mejores fotos”, me dijo en mi pasado inventado el jefe que nunca tuve.

En mi pasado, yo tenía la mejor cámara de fotos que ningún aficionado pudiese imaginar. Dominaba todos los secretos de la luz, sabía cómo tenía que abrir el obturador, qué objetivo era el que mejor captaba los haces de luz que salía del sol. Mi reloj estaba programado para avisarme, estuviese dónde estuviese, de cuándo era el mejor momento para disparar la cámara. “Click”. El momento perfecto antes de que el futuro se aproximase y el pasado se alejase de ese momento congelado. Viajaba por todos los rincones del Estado con Lorena, porque en mi pasado inventado ella también estaba a mi lado. Guardaba todos los atardeceres en un disco duro de 10 gigas  y dormíamos en cualquier lugar que nos regalase colores como éstos.

 

Presente:

Ahora salgo cada noche a las 20:30 de casa para ver el atardecer sobre Mawson Lakes. Nunca había visto un cielo con éstos colores. Ya no soy un fotógrafo profesional que vive de los atardeceres. Tengo uno de esos teléfonos que hacen demasiadas cosas y parece que todas las hace bien. Busco el icono en dónde sale dibujado el objetivo de lo que parece ser una cámara de fotos. La toco con el dedo índice, espero que se abra la imagen que necesito ver y apunto al cielo. Sin pretensiones artísticas, por el puro placer de guardar una imagen del presente. Aprieto el símbolo que roba esos instantes. Lo guardo. En menos de un segundo he metido dentro de mi teléfono el presente del cielo. Un segundo, que es lo que dura el presente. Vuelvo a casa y cuelgo las fotografías en mi página de Facebook para compartir la belleza del presente. Me gusta.

Futuro:

Mañana tendré otra oportunidad para captar el atardecer que me ofrece el cielo en ésta parte del mundo. Quizás tenga una cámara de fotos profesional, igual me da por hacer un curso de fotografía en alguno de los centros comunitarios de cualquier suburbio de Adelaide, o me apunte a la escuela profesional de imagen y fotografía de la universidad de South Australia. Quizás me invente ser un fotógrafo que hace fotos a los turistas mientras se hacen fotos en monumentos históricos de la ciudad, sin que salga el monumento, por supuesto. Hay que ser original siempre.

El futuro tiene esas cosas extrañas y geniales que jamás controlaremos. A pesar de eso, ya sabré la hora a la que tengo que salir a la puerta de casa, caminaré 30 segundos hacia el lago que tenemos al lado de casa y apretaré otra vez el botón de mi futuro para sentirme abrumado por lo que la naturaleza es capaz de darnos. Tendré a Lorena a mi lado para que sea mi modelo en todos los atardeceres del futuro y sólo necesitaré que el click de la que vaya a ser mi cámara de fotos del futuro, sea capaz de guardar momentos como éstos.

El sol ya se ha puesto hace una hora. El presente se despide cada segundo que pasa. Ahora ya es pasado. De aquí a un segundo será futuro. En España son las 12:09 y el reloj sigue corriendo hacia adelante. La parte inferior derecha de mi ordenador marca las 21:39:25. Esa hora era presente cuando la miré. Un segundo después ya era pasado.