Imaginaos que los personajes sobre los que hablo en el blog, se pusieran un día a leer lo que escribo sobre ellos. Que un día paseando por la ciudad, me viene la chica que es idéntica a Míster Bean y me dice:
“Oye, tú eres un cabroncete; mira que decirme que me parezco a ese tío tan feo…”, me diría enojada.
Y yo la miraría fijamente y cómo puedo mentirle, con esa cara.
“Chica, perdona, lo siento mucho; a partir de ahora seré respetuoso con el pobre actor inglés”, y saldría corriendo para que no me pegase con el bolso.
O me encuentro con la pareja de ingleses con los que fuimos al cine al aire libre el mes pasado: aburridos, sosos, con mal gusto cinéfilo (mira que decir que la película de Julia Roberts era buena). Y la chica me suelta.
“Tienes que respetar los gustos de la gente inteligente; no cómo tu que te gusta esa bazofia de “Seven”, con la cabeza cortada de la pobre mujer de Brad Pitt…, no puedo seguir, sigue tú cariño…”, y la chica gimoteando, le pasa el testigo a su pareja que me acabaría diciendo.
“Eres un maleducado, que pretendes hacer “gracia” metiéndote con la gente inteligente como nosotros”, me diría con los dedos índice y corazón todavía imitando las comillas que tanta gracia hacen cuando las representas.
“Pues nada chicos, como sois tan inteligentes, y yo tengo memoria de pez globo…y vosotros quién coño sois”, y les dejo con su aburrida inteligencia mirando mi dedo que apunta al cielo rosado.
Pero también puede pasar que haya criticado (levemente) a alguien que luego se transforma en tu amigo y te va a vacilar cada vez que te lo encuentres.
Resulta que la primera vez que nos encontramos con Maxi y Mariana (nuestros amigos argentinos), fue en la comida de Navidad en casa de Fabio y Caterina (grandes chicos italianos, por si acaso leen esto). Para alabar lo buena que estaba la comida de Lorena, critique al resto de platos traídos por los otros invitados. Y cuando llegó el momento de comentar el Pionono (o Brazo de gitano) que habían traído ellos, escribí que estaba: “Aceptable con vocación de mejorar”. Y claro, los argentinos aunque hablen así, con el “vos” y sus cosillas diferentes, pues entienden bastante bien el español.
Pero como son unos chicos estupendos y sin rencor, el domingo pasado nos invitaron al cumpleaños de Mariana. Fuimos a casa de Sole, Leo, Layla y Liam, que leído así de seguido, es como una conjunción de Eles encadenadas que queda estupendamente bien.
Bueno, pues llegamos a la casa de nuestros amigos argentinos y en la puerta nos encontramos con una pareja que también parecían estar invitados a la fiesta. Nos presentamos educadamente: él es un chico encantador, majísimo y educado, del cual no recuerdo el nombre; y ella, una chica monísima a la par que educada también, y de la que tampoco tengo ni idea de cómo se llama. Nada más entrar y después de los saludos pertinentes, Maxi me vacila durante un buen rato sobre mi metedura de pata por criticar su exquisito Pionono de inmejorable calidad. Si nadie ha probado el Pionono de Maxi y Mariana, no sabe lo que se pierde.
Siguen llegando invitados a la fiesta. Una pareja colombiana la mar de majos, un par de chicas japonesas muy simpáticas, nosotros, los propietarios de la casa, un pez con ojos saltones, la batería de Liam o la muñeca Talía de Layla.
Las conversaciones se van salpicando con empanadas argentinas que no hace falta que diga cómo están. Yo me entiendo perfectamente con el chico que nos encontramos en la puerta de la casa. Voy pensando que mi inglés está mejorando tanto que ya entiendo perfectamente al chico australiano. Pero no, vuelvo a meter la pata.
Resulta que el chico no es australiano, es alemán de quinta generación y viene de la profunda Selva Negra. Chasco número 1. Mi nivel de inglés es todavía tan bajo que no soy capaz de distinguir el inglés de un alemán que el inglés de un australiano.
Como quiero estrechar lazos con todo el mundo, durante un buen rato me quedo hablando con Fernando, el chico colombiano. Llega el momento de tomar café y por supuesto, Fernando comenta las excelencias del café colombiano y de cómo se trajo en las maletas un buen cargamento de su café. A veces es mejor quedarse callado cuando a tu mente vienen según qué palabras.
“Y qué, también te trajiste cocaína, no”, le suelto al chico.
Él se queda con cara de póker y noto que le ha hecho la misma gracia que un examen de próstata realizado por un médico rural con dedos como salchichas australianas. Pero disimula bien e incluso me sigue hablando. Chasco número 2.
Pero a mí como lo que me gusta son los tríos, quiero decir, los triatlones o cosas que sean triples. Dejo el chasco número 3 para el final.
Llega el momento de despedirse. Todo ha estado a la altura de lo esperado y más allá. Las empanadas eran exquisitas, el pastel de chocolate y dulce de leche (que puedo decir con esos ingredientes), rico, rico. Las patatas chips del supermercado, elegantes, los cacahuetes duros y firmes…vamos que todo estaba de pelotas.
Besos a las chicas, abrazos machotes a los chicos y cuando me estoy despidiendo de Leo, el cuñado de Maxi y copropietario de la casa, no se me ocurre otra cosa que decirle:
“Bueno, Leo, pues nada, muchas gracias por venir”, así, con la neurona haciendo surf en una playa con tiburones. Como si yo fuera el propietario de la casa y estuviera imitando a Lina Morgan: “Agradecida y emocionada, solamente puedo decir, Gracias por Venir”.
En fin, que ya es muy tarde por aquí. Son las 22:05 en South Australia y en homenaje a los amigos argentinos, que espero que nos sigan invitando a su casa a partir de ahora, en Buenos Aires deben ser las 8:35 de la mañana. Ah, y una última cosa Maxi: Messi no se merecía este año el balón de oro, ni de coña.