Fin de la Primera Parte de las aventuras de Lorena y Sam en Australia. Si quieres saber cómo nos va:

Y ahora, ¿Cómo es el invierno en Australia?

http://yahoracomoeselinviernoenaustralia.blogspot.com/

jueves, 31 de marzo de 2011

24/03/11 Los papeles para ser un australiano más

La juez de paz de Mawson Lakes se ha levantado esta mañana a la misma hora que nosotros. Se ha quitado el pijama, los restos de crema de pepino en la cara, para aparentar un año menos de los que realmente tiene y ha notado un pinchazo en el brazo derecho. Va a pasarse ocho horas encerrada en su despacho, repasando hojas fotocopiadas con sus originales, se le dormirá dos veces la mano izquierda de no utilizarla y cuando coja su sello de goma, en donde puedes leer su nombre y el número de identificación judicial que le permite ser la juez de paz de la ciudad, lo va a estampar con toda su fuerza en las fotocopias que sus clientes les vayan pasando. Después de las ocho horas, volverá a casa,  se pondrá el pijama, la crema de pepinos en la cara y se acurrucará frente a una chimenea apagada a esperar que llegue el invierno. Esa es la idea que me viene a la cabeza a los cinco segundos de entrar en su despacho, para que nos certifique que todas las fotocopias que necesitamos enviar a Melbourne son correctas. Que todos los papeles que van a recibir en el Centro de Nuevos Australianos y Residentes Permanentes, son los que tienen que ser. Si la juez de paz tiene un buen día, el camino será más fácil.

Nuestro camino matinal se vuelve a iniciar en la cocina de casa. Mientras yo caliento otra tortilla de plástico en el grill, la juez de paz se prepara un café bien cargado en su cocina. Lorena se atreve con su tortilla y me deja sólo tres partes para mí. El chicle de menta hoy no será necesario. Nos espera una mañana ajetreada. Resumen para lectores perezosos:
8:00 am. Salir de casa.
8:25 am. Estar a menos de quince minutos de la facultad de fisioterapia dónde Lorena tiene visita hoy.
8:40 am. Lorena tiene que beberse una pócima mágica que le va a llenar el cuerpo de súper poderes.
8:45 am. Lorena tiene que mear en un bote de plástico los súper poderes que han recorrido su cuerpo. La chica que está haciendo el estudio de “Cómo mejora tu cuerpo en 6 semanas de deporte”, va a recogerlo, analizarlo y le va a decir: “Durante cinco minutos has sido una Súper Woman, ya no”.
8:50 am. Recoger a mi “Súper Woman”, que durante cinco minutos se ha sentido diferente y que llevará 14 botes de plástico en la mano para volverlos a llenar de pis los próximos 14 días.
La juez de paz en esos 50 minutos ha saboreado su café cargado y se ha puesto las gafas de cerca, las de leer. “Me tengo que revisar la vista”. Eso es lo único que ha pasado interesante en su vida. Eso, y el dolor del brazo derecho que no se le acaba de ir.
El camino de regreso a casa desde la ciudad lo volvemos a hacer por Prospect Road, que definitivamente es nuestro camino. En Prospect Road siempre pasan cosas interesantes.

Momento gracioso de Sam.
Me fijo en el letrero de una de las calles que cruzan Prospect Road. El letrero pone: Cane Street. Le pregunto a Lorena.
“Oye, en inglés, Cane también significa Perro”.
“Seguramente sí, no estoy segura”, contesta Lorena mirándose los bíceps. Están más duros que nunca.
La siguiente calle se llama “Barker Street”. A los que sois fieles seguidores de mis clases de inglés, sabréis que el verbo Bark significa “Ladrar”, así que “Barker”, es “Ladrador”. Para asegurarme le vuelvo a preguntar a Lorena.
“Oye, y “Barker” sería “ladrador”, no”, le digo con tono seguro de que no me equivoco.
“Me imagino que si”.
“Pues imagínate que la siguiente calle se llama “Poco” Street, y la que viene después se llama “Mordedor” Street. En cuatro calles tendríamos el barrio completo: “Perro Ladrador, Poco Mordedor”. Puede que sea muy malo; no hace falta que os riais. Lorena se ha reído y yo con eso ya estoy contento.


Llegamos a la puerta del despacho de la juez de paz. Le pongo nombre y un poco de historia para que sea más fácil de seguir. Se llama Helene Constantinou. Seguramente su abuelo nació en la isla de Santorini, era fotógrafo profesional y se cansó de ver  atardeceres en la isla griega. Le propuso a su novia de entonces que emigraran lejos para ver otros atardeceres y ella le dijo. “Si nos vamos lejos, que sea lejos de verdad”. El abuelo de Helene llegó a Australia sin papeles y hoy su nieta favorita nos pone a los nuestros un sello con su nombre estampado, que nos va a dar la Permanent Residence Australiana.
Tenemos que coger un número del uno al cinco para saber en qué posición nos toca entrar en la sala. “Cómo salga el cinco, ya verás”, le digo a Lorena. Su mano inocente saca el 4. Pero hoy no estamos en clase de inglés, hoy la cosa es seria. Tres personas delante de nosotros salen con cara aliviada. Es nuestro turno.

La mano derecha de Helene tiene tacto de gelatina de piña. Saludos educados y comienza la colección de papeles que le toca revisar y compulsar con su sello a la pobre señora Constantinou.
Lista de papeles necesarios para ser australiano (si no eres australiano).
Solicitud 47ES para el departamento de inmigración y ciudadanía.
Certificado1054 para el departamento de comercio y desarrollo económico
Certificado de salud 26 A y 47 B para el departamento de salud
Certificado de Regulación a la inmigración 5.19 para inmigración y ciudadanía.
Fotocopia de los pasaportes (dónde sale la foto)
Certificado de nacimiento español (y su traducción al inglés)
Acta de matrimonio (y traducción)
Libro de familia (y traducción) (Inciso importante: ¿Por qué dejan 10 espacios en el libro de familia para el nombre de tus futuros hijos? ¿Se han creído que somos del Opus? ¿Estamos en el País de las Maravillas y me llamo Alicia? ¿Existe vida antes de la muerte?)
Certificado de antecedentes penales (sin antecedentes)
Notificación de la Visa número 457 como confirmación de que estamos aquí con algún papel legal.
Certificado del examen de Inglés IELTS con nota superior a 4.5 (yo, tengo 5.5. Ja.).Lorena tiene un 7.5. Jopetas.
Curriculum Vitae de Lorena
Título de Licenciada en Físicas de Lorena (firmado por el Rey)
Título del Máster en Nanociencia y Nanotecnología de Lorena (firmado por alguien aleatorio)
Contrato de trabajo (evidentemente, también de Lorena)
Cartas de recomendación de antiguos trabajos (de Lorena)
Dos fotografías de cara completa (sin gafas y sin sonreír; esta vez también hay una mía).
Etiqueta de Anís del Mono (de Sam).

Cuando la señora Constantinou termina de sellar todos nuestros papeles, una lágrima de felicidad recorre su cara. Ahora entiendo su dolor perpetuo en el brazo derecho. La mano izquierda no le sirve ni siquiera para llevar el reloj. Lo lleva en su mano derecha, al igual que el anillo de boda, el de pedida y una pulsera que parece de oro macizo. Cuando la mano derecha de la señora Constantinou trabaja, la izquierda duerme.
Le damos las gracias a nuestra juez de paz favorita y le deseamos un muy feliz día.
Todo está en orden. Ahora sólo falta ir a Correos Australia y enviar la colección de papeles al departamento que toca.
Dejo en la puerta del trabajo a Lorena y me voy a buscar más papeles. Esta vez son papeles que nos van a llevar a un concierto el próximo lunes: Eddie Vedder (el cantante de Pearl Jam) cantará para nosotros en el Thebarton Theatre de Adelaide. Ya os contaré qué tal.
Son las 18:30 de la tarde (caray qué tarde es hoy!); aunque peor lo tienen en Buenos Aires que son las 5:00 am y mucha gente estará apagando ahora el despertador para empezar su día, que aquí ya está en su recta final.

miércoles, 30 de marzo de 2011

23/03/11 Music inside my head (Volumen 1)

Dentro de mi iPod de 60 gigas de memoria esta la historia de la música. De lo que es mi música. Y de las historias que yo quiero contar. No importa si no me entendéis ahora, lo que viene a continuación es lo que me puede suceder si enciendo mi iPod y le doy a la opción “Random – Aleatoria”. Mi iPod me cuenta historias de la música que sólo yo sé. Suenan canciones. Y os cuento historias.

Smells like teen spirits, Nirvana (1991)

El 20 de febrero de 1994, Kurt Cobain entró en el Club 27; ese grupo de músicos que fallecieron a la edad de 27 años, generalmente por abusos de alcohol, drogas, suicidios o bajo extrañas circunstancias. Hendrix, Morrison, Joplin…Cobain sabía que aquel cumpleaños iba a ser el último. No apagó todas las velas que su mujer le había puesto encima del pastel de chocolate y marihuana porque ya no había motivo para pedir otro deseo más. Sabía que tenía que elegir un día para terminar con su vida. El tipo que le regaló aquel mechero blanco se lo había dejado muy claro. “Vas a ser Dios, como lo fueron ellos, pero desde el día que cumplas 27 años, la cuenta atrás empezará a contar”. El tipo podía estar disfrazado de vendedor de helados y no ser Dios. Cobain sabía que había hecho un trato con el diablo. El mechero blanco era la prueba definitiva. Existe una superstición en la cultura musical mezclada con drogas que dice que el uso de un encendedor blanco atrae a la mala suerte. Esta superstición se cumplió en 4 de los 5 miembros del Club 27 (Cobain, Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison) poseían un encendedor blanco cuando fallecieron. Otra superstición dice que los músicos de este famoso "Club" tenían una deuda pendiente con el "diablo", el cuál les ayudo a alcanzar la fama e influencia lograda en vida.
El 4 de abril de 1994, Kurt Cobain se guardó ese mechero blanco en el bolsillo de su vaquero, cogió una escopeta, se apuntó a la cabeza y entró en el Club 27. Rest In Peace.


I Guess That's Why They Call It The Blues, Elton John (1983)

Elton John deja de morder la almohada en el mismo instante que siente a su hijo Zachary llorar desconsoladamente. Se incorpora de la cama y le pide a su marido David que le cambie el pañal.
“Esta cagada, te toca limpiarla a ti”, le dice Elton a David.
“Son las 4:00 de la mañana. Es la hora del biberón de las 4:00”, le contesta David con dolor en los brazos, como si acabase de hacer 250 flexiones.
“Si ya comió hace dos horas, cuando empezamos…”, Elton sonríe pícaro.
“Lo de hace dos horas fue la cagada de después del biberón de las once de la noche”, David tiene más controlado el tema del niño. Primero come, luego caga. Las comidas a las horas pares se las da Elton y los cambios de pañal dos horas después (siempre que sea hora impar) lo hace David.
“Me parece que éstas manías tuyas de tenerlo todo tan controlado, me está descontrolando”, dice Elton, que ya está junto a Zachary, lo coge en brazos y le huele el pañal.
“Pues sí, no huele. Debe ser que le toca comer” a Elton John no le apetece nada preparar otro biberón de leche. Está cansado y tiene la nuca llena de babas. Mientras se pasa un trozo de papel de váter por el cuello, se acerca a David y le acaricia el pelo.
“Venga hazlo tú, y mañana te compongo una canción de amor que será el single de mi próximo disco”, le dice Elton. A David le pierden las canciones de amor que le dedica su marido. Y aunque sabe que no será tan grande como su canción favorita, le dice que si con la mirada y se dirige a la cocina a prepararle a Zachary el biberón de las 4:00.
“Me puedes Elton, me puedes”. David desaparece por el pasillo, todavía le duelen los brazos.


Tubular Bells, Mike Oldfield (1973)

Mike Oldfield se levantó una mañana de 1973 con una sola música en su cabeza: Tin-tin-titin, Tin-tin-titin…Sacó el pentagrama que dejaba siempre sobre la mesilla de noche y empezó a escribir las notas: "Tin-tin-titin (sol-sol-fa…)”, escribía Mike con los ojos en blanco. Corcheas, semifusas, negritas, blancas y redondas, danzaban sobre las rayas del pentagrama como el rabo recién cortado de una lagartija. 
Durante semanas, el joven Mike fue creando su gran obra sin la ayuda de nadie. Transpiraba felicidad. En el instituto repetía el tono adecuado, la entrada perfecta para la segunda parte de la canción. Pero no era una canción. Era la mayor obra jamás escrita por nadie. Mike Oldfield desayunaba, comía, merendaba y cenaba con su obra dentro de la cabeza. Seguía levantándose cada mañana con esos acordes hipnóticos que le harían tan famoso. Tocó todos los instrumentos para su primera maqueta de la obra. El repique de campanas tubulares dentro de su mente le estaba marcando el camino para hacerle un hueco en el mapa mundial de la música moderna.
Llevó su obra acabada a unos estudios que empezaban por aquella época su andadura musical: Virgin. Su joven propietario enseguida vio la gran repercusión que tendría esa obra. Mike Oldfield seguía escuchando el tintineo cariñoso de las campanas dentro de su cerebro. Se acostaba con el Tin-tin-titin, Tin-tin, titin…y se levantaba con la misma música. Durante semanas, durante meses, durante años, incluso después de haber acabado su obra.

38 años después, Mike Oldfield sigue levantándose cada mañana con el mismo sonido pesado en su cabeza. Cada mañana con el dichoso: Tin-tin-titin, Tin-tin-titin…
Durante esos años compuso otros discos, alguna banda sonora que gustó o canciones que no estaban mal. Incluso llegó al número 1 con una canción que escribió para su hermana Sally y que todo el mundo ha tarareado alguna vez.
Esta mañana, Mike Oldfield se ha vuelto a levantar con el mismo sonido campanero dentro de su cabeza: "Tin-tin-titin, Tin-tin-titin...
"¡Me cago en las putas campanas de los cojones!; ¿cuándo van a salir de mi cabeza?”: grita Mike metido en su cama redonda moviendo su cabeza de un lado a otro como un poseído. Mañana por la mañana, cuando Mike Oldfield se levante de su cama redonda, lo hará con una sola música en la cabeza: "Tin-tin-titin, Tin-tin-titin...".


Mi iPod de 60 gigas tiene muchas más historias de la música cómo éstas. Ahora voy a recargarle la batería que se ha quedado al 10% y la barrita ya esta roja. Otro día os cuento más historias.

martes, 29 de marzo de 2011

22/03/11 El disfraz del vendedor de helados

Dios puede disfrazarse de lo que quiera. Puede hacer que todavía sea verano en ésta parte del mundo y que en el otro hemisferio el invierno dure seis meses más. Le pides un helado de sangría y Dios te concede ese deseo. Hoy Dios se ha disfrazado de vendedor de helados y ha estado repartiendo sueños imposibles a los niños del barrio.
Los niños quieren saborear las últimas gotas de sol en forma de cono con sabores. Los asiáticos pasean por las calles con paraguas negros y yo tengo ganas de tomarme un helado para despedir a regañadientes éste calor que me ha acompañado casi un año. Me siento como un asiático con paraguas en un día sin lluvia, porque tengo la cara roja del sol de ésta mañana cuando salí a correr y ahora necesito apagar mi sed con algo nuevo. Me escondo del sol en mi paraguas negro y me acerco al puesto de venta de helados ambulante, que pasa cada martes por el barrio.
El sonido de la campana te anuncia que el vendedor de helado ya está en el barrio. Después de muchas semanas de pensármelo, hoy he decidido pedirme uno. Me acerco con mi paraguas y miro las posibilidades. El vendedor de helados no tiene la imagen típica de Dios. No lleva barba blanca, ni tiene voz profunda, ni sale de detrás de su cabeza un halo de luz que se pierde en el cielo. Todavía no sé que estoy delante de Dios, porque eso pasará más tarde. El futuro vendrá después, cuando acierte una extraña contraseña que no sabía que tenía en mi cabeza y me encuentre delante de Él. Ahora mis ojos sólo se fijan en los sabores que puedo elegir. Algunos niños del barrio ya saborean sus bolas de helado en el parque. El vendedor de helados le acaba de vender a una niña de unos siete años un helado de mandarina y coco, para hacerla feliz. Salta de alegría como si le acabase de tocar la lotería, pero siendo una niña no creo que esas cosas le hiciesen tanta ilusión.
Están todos los sabores que puedas imaginarte; de frutas, de verduras, de bebidas refrescantes. Extrañamente hoy echo de menos las borracheras adolescentes de sangría y al ver que hay un helado de ese sabor, se lo pido al vendedor de helados.
“¿Podría darme un helado de sangría?, por favor”, le pido con toda la educación que tengo disponible en mi bolsillo.
“Vaya, ya veo que me has descubierto”, me dice el vendedor.
“Cómo, qué quiere decir”.
“Sabes quién soy y has pedido un helado para que te conceda ese deseo”, me suelta el vendedor de helados.
“Pues no sé quién eres. ¿Un vendedor de helados?”, mi tono no suena tan sarcástico como mi escrito.
“Sabes que soy Dios, y que hoy me he disfrazado de vendedor de helados para conceder deseos y sueños a los niños de éste barrio. Y tú has tenido la suerte de pedirme un helado con deseo”, ahora que lo sé todo, no me suenan raras sus palabras, en el momento de escucharlas estaba empezando a alucinar.
“Te juro que no sé de qué me estás hablando”, tuteo al vendedor que dice ser Dios.
“Ves a la niña de allí. Le acabo de hacer inmortal y será la nueva Picasso del siglo XXII. Mezcló coco, que te hace inmortal, con mandarina, que te da las dotes como artista en la rama que tú desees, y ella será para siempre la nueva Picasso”, la voz de Dios o del vendedor de helados empezaba a sonarme cada vez más profunda.
“Y yo qué he conseguido con mi helado de sangría”.
“Puedes alterar el tiempo meteorológico de la manera que desees”, me dice con una sonrisa. Sus dientes son profundamente blancos.
“Con mi helado de sangría, ¿puedo hacer que siga siendo verano aquí?”.
“Ya veo que entiendes mis poderes”.
“Pero eso cambiaría al resto del mundo. En el otro hemisferio seguiría siendo siempre invierno”, le digo, pensando en la familia y los amigos.
“Por supuesto. Los deseos que ofrezco deben mantener un orden lógico en el planeta. Verano eterno aquí, invierno perenne allá”, el vendedor de deseos tiene también alma de poeta.

Una vez metido en un juego de éstas características, lo mejor que puedo hacer es seguir jugando. Me lo empiezo a pasar bien.
“Pongamos que cambio el sabor y decido coger un helado de pera”, le propongo.
“Ya no puedes cambiar tu deseo, pero bueno, te voy a contestar. Con el helado de pera tenias asegurado la riqueza material el resto de tu vida”.
“Joder, qué mala suerte. Y con el de naranja, que también me gusta mucho”, lo de no ser rico para siempre me ha fastidiado un poco.
“El helado de naranja te da el don de la ubicuidad. Puedes estar aquí, allí o dónde tú desees. Serías casi como yo. Como un Dios”, el vendedor de dioses o de sueños, parece empezar a molestarse un poco.
“Y con uno de fresa y cava, que veo que tienes ahí”, le señalo con el dedo el de cava, que hasta ahora no lo había visto.
“Mira tío, has elegido sangría, y ya no puedes cambiar. Además me estás fastidiando un poco, y los niños ya no se acercan a pedirme helados…”, Dios, se empieza a enfadar.
“Va, no seas así, hombre, quiero decir, Dios. O cómo te gusta que te llamen”.
“Puedes llamarme Godot, cómo hizo el gran Beckett”, me dice refiriéndose a la obra del escritor irlandés Samuel Beckett (Esperando a Godot).
“Sabes que yo me llamo como él”, le digo para relajar los ánimos.
“¿Beckett?”
“No, no, me llamo Sam, Samuel”, le contesto.
“Pues me alegro mucho, Samuel. Son cinco dólares por el helado de sangría. Y el deseo es el de eterno verano en Australia”, me pregunta Godot.
“Eh…, no sé, es que sería una putada para el resto del mundo”, me siento solidario con el hemisferio al que pertenecí los primeros 36 años de mi vida. “Que sean sólo 6 meses más de verano aquí”, termino por pedirle.
“Está bien, tu deseo será concedido”, termina por decirme Godot, mirando al cielo. Otro rayo de sol le ilumina directamente la cara.


Intento quedarme cerca del vendedor de helados para ver qué deseos van a ser concedidos a partir de ahora. Pero los niños han dejado de venir. Godot, el vendedor de helados, me hace señas con la mano para que desaparezca de su carrito de helado.
“Vamos, tío, cómete el puto helado de sangría y márchate para casa que me espantas la clientela”, Godot está verdaderamente enfadado conmigo. Me he quedado con las ganas de saber qué me pasaría si pedía uno de fresa, o uno de limón. O lo mejor hubiese sido mezclar uno de mandarina, coco, naranja y pera. Ser un artista inmortal rico que puede estar en cualquier sitio que desee.

“Oye, Godot, estarás aquí el martes que viene”, le pregunto antes de marcharme a casa para ir a buscar a Lorena al trabajo.
“Si, coño, estaré aquí, pero “pasapacasa” de una vez, como dicen tus amigos los gallegos, joder. Pasapacasa!”, Godot está verdaderamente enfadado. Desde que he llegado yo, nadie más ha venido a pedirle helados. Abro mi paraguas negro, le doy un lametón a mi helado de sangría y voy caminando hacia casa. El próximo martes seré más original y le voy a pedir uno de chocolate, manzana, kiwi y ajo, que seguro que es la bomba.