Picasso dijo una vez que “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. No sé si la inspiración va a bajar a ésta playa desierta de South Australia, pero yo por si acaso, saco todo lo que necesito para atrapar éste momento. El escenario perfecto. El disfraz de escritor. La musa que se escapa corriendo con su grupo de entreno y yo me quedo absorto, mirándola, para fijarme después en la poesía demasiado utilizada de las olas de ésta playa. Sé que este instante va a quedarse grabado para siempre en mi memoria. No es fácil sentir esto. Sentir que lo que estás viviendo en este mismo instante formará parte de la memoria del resto tu vida. La vida pasa sin atrapar estos momentos. Suceden cosas, las disfrutas, pero no te quedas quieto pensando: “Este instante se va a quedar para siempre dentro de mí”. Hoy sucede. Está pasando. Dibujo la inspiración en la arena de ésta playa desierta. Una gaviota tímida que quería posarse en la duna más alta sigue su viaje hacia otra playa. “Esta playa ya es mía", bueno en realidad es suya, y en el momento en qué lo pienso, sus alas alejan su cuerpo. No me gusta el nombre de ésta playa desierta. Ahora soy el propietario de ésta porción de arena y puedo cambiarlo a mi antojo. A partir de éste instante se va a llamar:
Lorena´s Land.
Lorena´s Land.
Lo dibujo con un palo que alguien dejó sólo para que yo pusiera su nombre. Mi mala letra ha mejorado tanto, que nadie que a partir de ahora pise esta arena va a dudar de quién es la playa. No hace falta retocarlo mucho. Sólo una rama al final de la N tiene intención de molestar, pero la dejo en forma de rúbrica, de contrato vitalicio con la naturaleza, para que quede claro quién firma tu nombre.
El sol es el autentico artista de la luz ahora. Cambia cada segundo el cuadro que te regala en ésta playa. El atardecer australiano lejos de tus pasos. Sé que ahora estarás subiendo dunas mientras yo sigo sentado delante de tu playa. Me dejo llevar hasta los amaneceres que nos quedan.
Cada mañana pienso que si te hago reír los cinco primeros minutos después de que abras los ojos, ya habré ganado la primera batalla; y que si tú me tocas la mejilla y me pides un beso, no tendré de que preocuparme el resto del día. Me miraré al espejo para asegurarme que llevo el tamaño perfecto de la barba, el que te gusta. Eso sucede casi siempre siete días después de recortármela por última vez. Mantener la misma posición en mi barba requiere cinco minutos de espejo, sin parpadear, a menos de dos centímetros de la luz que ilumina la calva que hay debajo de mi pelo.
Cada mañana pienso que si te hago reír los cinco primeros minutos después de que abras los ojos, ya habré ganado la primera batalla; y que si tú me tocas la mejilla y me pides un beso, no tendré de que preocuparme el resto del día. Me miraré al espejo para asegurarme que llevo el tamaño perfecto de la barba, el que te gusta. Eso sucede casi siempre siete días después de recortármela por última vez. Mantener la misma posición en mi barba requiere cinco minutos de espejo, sin parpadear, a menos de dos centímetros de la luz que ilumina la calva que hay debajo de mi pelo.
Así, si conseguía que te rieses antes de que pasasen cinco minutos de tener tus ojos abiertos, yo podía desear lo que quisiera. Podía conseguir que estuviésemos en un hotel de cinco estrellas dentro de nuestra habitación, para que yo mirase a la calle, cruzando los dedos para que no parase de llover debajo de nuestra ventana. El resto del mundo podía disfrutar de un sol veraniego, pero yo cruzaba los dedos con tanta fuerza que volvía a llover, y caían aguaceros con rayos y truenos, como en las películas que al final todo acaba bien, con tanta fuerza que el conserje del supuesto hotel nos recomendaba no salir en todo el día de la habitación. Y yo le sonreía con un billete de diez dólares entre los dedos, pidiéndole que la lluvia no parase en los próximos diez años. Como si él tuviese algo que hacer con el tiempo. La pena, me decías, era que entonces los paseos marítimos de pueblos preciosos no se llenarían de turistas blanquecinos, vestidos con el mismo traje corto del año anterior, de esa gente que hacía lo imposible por clavar su bandera en el siguiente centímetro cuadrado que no estuviese conquistado; paseos marítimos llenos de flores, alimentándose del sol y del agua de una manguera que sujetaba un tipo con los ojos rojos, cerca de esas playas atestadas (o apestadas) de toallas que todavía olían a polillas.
Dibujos de cuerpos de mujeres medio desnudas que nunca se parecían al tuyo; porque tú, desnuda, me bastabas para vivir y soñar en el mismo instante; y el resto de las horas te reías tres veces seguidas, con el pelo mojado que se pegaba en tu cara. Era cuando yo me quedaba un rato en silencio y me reñía a mí mismo por verte sólo guapa, por no escuchar lo que me contabas. Tú hablabas y yo: “Cómo puede ser tan guapa, cómo puede ser tan guapa…”, sólo eso en mi cerebro, y las plantas que había debajo de nuestra ventana empezaban a ahogarse al segundo día de lluvias interminables. A veces comíamos los restos de la cena de la noche anterior para desayunar, o pedíamos el menú de degustación del mejor restaurante del mundo, con cuatro tenedores y cinco estrellas debajo del sombrero del chico que nos traía las bolsas del pedido a la habitación. Me quedaba sin billetes de cinco y de diez, y entonces tenía que sacar los billetes de veinte para que en nuestra ventana siguiese cayendo tormentas de mar. Las propinas parecían criticar todo lo que nosotros detestábamos, pero como te habías reído esos cinco minutos después de abrir los ojos, todo terminaba siendo superfluo, etéreo, como la espuma de una ola que no llega a la orilla y se queda anclada en medio del mar. Luego descontaba las noches que nos quedaban sin mirar el despertador y deseaba que la lluvia no sólo cayera debajo de nuestra ventana, sino que el mundo sufriese una inmensa inundación que obligase a la gente a quedarse en el sitio dónde estaba ahora. Nosotros encerrados con bolsas de patatas a punto de terminarse, galletas de chocolate, dos botellas de agua mineral y una bañera de hidromasaje llena de espuma y sales relajantes. Entonces sólo necesitaba tu risa a los cinco minutos de haberte despertado y la espuma de ésta ola, que ahora sí llega a la orilla de tu playa.
Si vuelve la inspiración por aquí, le pediré ser poeta para decirte que se pueden elegir caminos en la vida, equivocarse, acertar, tener certezas y sueños. Pero ahora tú camino va a marcar el mío. El nombre sobre la arena de esta playa que antes no tenía dueño y ahora te pertenece. Soy un privilegiado que va a seguir intentando hacerte reír cada mañana a los cinco minutos de que abras los ojos. Dime dónde quieres que sea nuestro próximo lugar y te seguiré creando países en todos los bocadillos de jamón y queso de cada desayuno.
Este blog es sólo para ti. Cada escrito, cada frase, cada palabra es para que tu sonrías. Gracias por dejar que los sueños más difíciles se hagan siempre realidad. Eres mi musa. Eres única. Eres genial.
A Lorena.